domingo, 24 de octubre de 2010

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domingo, 30 de mayo de 2010

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miércoles, 21 de abril de 2010

1cor



   

 

Sagrada Biblia

1ª Carta a los Corintios

Anónimo

 

 

 


1a carta a los Corintios+

INTRODUCCION

Algunos hablan enfáticamente de los primeros cristianos como si todos hubieran sido modelos de todas las virtudes. En realidad, no había más milagros entonces que ahora.

En la ciudad muy activa y bastante corrompida de Corinto, judíos y paganos convertidos por la pre­dicación de Pablo formaban una Iglesia dinámica pero poco ordenada. Muchos de ellos amenazaban con volver a sus vicios y costumbres paganas, pasado el entusiasmo de los primeros años, y los respon­sables de la comunidad no se sentían capaces de hacer frente a diversos problemas: divisiones internas, dudas respecto a la fe. Entonces llamaron a Pablo, que, no pudiendo dejar su trabajo apostólico en Efeso, les contestó con la presente carta.

Se notará la autoridad con la cual el apóstol dirige de lejos la Iglesia en nombre de Cristo. También su modo de enseñar, pues antes de contestar cualquier pregunta, empieza por reafirmar las bases de la fe.

Las inquietudes de los corintios, sumergidos en un mundo pagano, se referían a temas que han vuel­to a ser de actualidad y muy discutidos entre nosotros:

- sobre el celibato y el matrimonio,

- sobre la convivencia con los que no tienen la fe cristiana,             

- sobre la manera de realizar sus asambleas tanto para la celebración de la Eucaristía, como paran el uso de los «dones espirituales»,

- sobre la resurrección de los muertos.

 

 

1,1        +

Pablo, llamado a ser apóstol por la voluntad de Dios; a la Iglesia de Dios que está en. Corinto, junto con todos aquellos que en todas partes invocan el Nombre de Je­sucristo.

Con estas tres expresiones, Pablo defiende su autoridad de apóstol e invita a los corintios a recordar que son parte de una realidad más grande, la Iglesia Universal, que es la única Iglesia de Cristo, por encima de los grupos par­ticulares.

Los corintios, como todas las comunidades nuevas, tuvie­ron su tiempo de entusiasmo, pero después vino el desa­liento. Por eso, Pablo repite dos veces que Dios no les faltará.

Sus elegidos. Pablo recuerda a sus oyentes que por gra­cia de Dios han encontrado a Cristo. Siendo conscientes de esta elección (ver Rom 8,28), andarán más humildes y más agradecidos.

Sus santos. En el lenguaje bíblico, es santa la persona o la cosa que pertenece a Dios. El bautizado ha sido consa­grado a Dios e integra el pueblo que pertenece a Dios, el pueblo de los santos, que es la Iglesia; por tanto, es santo, aun cuando sigue con bastantes pecados, como sucedía en Corinto.

En Cristo, esta palabra vuelve muy a menudo en las car­tas de Pablo. Tene muchos sentidos:

- Nosotros somos hijos de Dios, creados a la imagen del Hijo Unico y Dios nos quiere «en él».

- El Padre nos salva «por medio de Cristo».

- El Padre nos llama a compartir «con Cristo» su herencia.

- Hemos venido a ser parte del cuerpo de Cristo; vivi­mos «en Cristo» y recibimos su Espíritu.

- No existía entonces la palabra «cristiano». A menudo «en Cristo» quiere decir cristiano. Así, «casarse en Cristo» quiere decir casarse como cristiano.

Al preparar así sus advertencias a los corintios, Pablo nos muestra cómo proceder cuando hay que revisar las actlvi­dades de nuestra Iglesia, de nuestro grupo apostólico, de nuestra vida de matrimonio. En vez de desalentarse con la sola visión del mal o de dividirse culpándose mutuamente de lo que no marcha bien, lo primero que hay que hacer es tomar conciencia juntos de todo lo que ya tenemos.

 

1,2        Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Je­sus por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes,             

1,3        a la Iglesia de Dios que está en Corinto, a ustedes a quienes Dios santificó en Cristo Jesús y los llamó a ser su pueblo santo, junto a todos aquellos que por todas par­tes invocan el Nombre de Cristo Jesús, Se­ñor nuestro, Señor de ellos y de nosotros.

1,4        Reciban bendición y paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, el Señor.

1,5        Sin cesar doy gracias a mi Dios por us­tedes y por la gracia de Dios que se les dio en Cristo Jesús.

1,6        Pues en él fueron colma­dos de todas las riquezas, tanto las de la pa­labra como las del conocimiento,

1,7        confor­me la proclamación de Cristo se afianzaba entre ustedes.

1,8        No les falta ya ningún don espiritual y solamente esperan la venida gloriosa de Cristo Jesús, nuestro Señor.

1,9        El mismo los mantendrá firmes hasta el fin, y no tendrán que temer ningún reproche en el día en que venga Cristo Jesús, nuestro Señor.

1,10     Dios es fiel: no les faltará después de haberlos llamado a esta comunión con su Hijo, Cristo Jesús, nuestro Señor.

 

Dificultades en la Iglesia

 

1,11     +

El primer pecado de la Iglesia es la división de los cre­yentes. En Corinto cada uno aprovecha el nombre de un apóstol para satisfacer su afán de pelea, para constituirse en un grupito aparte.

Lleguen a tener un mismo pensar y sentir (v. 10), como sucede en una familia unida.Esta invitación se entiende bien cuando la Iglesia es una comunidad de hombres y familias que ya conocen y comparten la misma cultura y las mis­mas inquietudes. Pero la cosa es diferente cuando la Iglesia reúne gran número de personas de ambiente muy diferen­te. La unidad se va a lograr no ignorando las desigualdades injustas, sino reconociendo cada uno y todos en conjunto su culpa, y denunciando las barreras e injusticias que sepa­ran a los fieles de distintos ambientes en la vida diaria. La Iglesia no puede ser una reunión de gente pasiva.

 

1,12     Les ruego, hermanos, en el nombre de Cristo Jesús, nuestro Señor, que se pon­gan de acuerdo y superen sus divisiones; lleguen a ser una sola cosa, con un mismo sentir y los mismos criterios.

1,13     Tuve noticias de ustedes por gente de la casa de Cloe, y me hablaron de rivalida­des. Así lo entiendo yo, puesto que unos di­cen: «Yo soy de Pablo», y otros:

1,14     «Yo soy de Apolo», o: «Yo soy de Pedro», o: «Yo soy de Cristo».

1,15     ¿Acaso está dividido Cristo? ¿O yo, Pablo, he sido crucificado por uste­des? ¿O fueron ustedes bautizados en nom­bre de Pablo?

1,16     Doy gracias a Dios de que no bauticé a ninguno, fuera de Crispo y Cayo,

1,17     así que nadie podrá decir que fue bautizado en mi nombre.

1,18     ¡Perdón!, ¡bauticé también a la familia de Estéfanas! Fuera de éstos no recuerdo haber bautizado a otro.

 

La locura de la cruz

 

1,19     +

Para no desvirtuar la cruz de Cristo. La cruz debe es­tán presente en lo que predicamos y en cómo lo predica­mos. Nuestra palabra debe estar en armonía con nuestra for­ma de vivir. Los medios que usamos para convencer deben estar de acuerdo con el anuncio de un salvador pobre y cru­cificado: de otra manera nadie nos creería.

Se necesita fe para enseñar el camino sacrificado que Cristo nos propone. A los judíos que esperaban un rey glo­rioso, Pablo presentaba un crucificado que no libertó a su nación; y se escandalizaban. Pero también hoy la no violen­cia activa del Evangelio escandaliza a muchos que la creen inoperante o demasiado lenta frente a los problemas que nos urgen.

Del mismo modo, en la evangelización, cuesta trabajar con medios pobres, ser criticado por quienes viven en paz con el mundo y esperar de Dios la gracia que se manifiesta donde hay debilidad (2 Cor 12,9).

Fijense a quiénes llamó Dios (v. 26). La evangelización es asunto de todos en la Iglesia. Pero también es cierto que la parte principal les corresponde a las comunidades pobres que se levantan por todas partes en medio de las masas marginadas. Por muchos que sean sus problemas y las tra­bas que se les ponen, son ellas las que evangelizarán a los ricos y, a veces, a la misma jerarquía. Y son ellas las que so­cavarán las falsas certezas de una sociedad materializada.

 

1,20     Sépanlo: no me envió Cristo para bautizar, sino para proclamar el Evangelio. ¡Y nada de discursos bonitos! De otra ma­nera se desvirtuaría la cruz de Cristo.

1,21     El lenguaje de la cruz no deja de ser locura para los que se pierden. En cambio, para los que somos salvados, es poder de Dios,

1,22     como dice la Escritura: Haré fallar la sa­biduría de los sabios y echaré abajo las ra­zones de los entendidos.

1,23     Sabios, filoso­fos, teóricos: ¡cómo quedan! ¿Y la sabidu­ría de este mundo? Dios la dejó como loca.

1,24     En un primer tiempo habló Dios el len­guaje de la sabiduría, y el mundo no reco­noció a Dios con su sabiduría. A Dios, en­tonces, le pareció bien salvar a los creyen­tes mediante la locura que predicamos.

1,25     Los judíos piden milagros y los grie­gos buscan un saber superior.

1,26     Mientras tanto, nosotros proclamamos un Mesías crucificado. Para los judíos, ¡qué escándalo más grande! Y para los griegos, ¡qué locu­ra!

1,27     El, sin embargo, es Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios para aquellos que Dios ha llamado, sea de entre los judíos o de entre los griegos.

1,28     En efecto, la «locura» de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres; y la «debilidad» de Dios es mucho más fuerte qué la fuerza de los hombres.

1,29     Hermanos, fíjense a quiénes llamó Dios. Son pocos los de ustedes que pasan por cultos, y son pocas las personas pu­dientes o que vienen de familias famosas.

1,30     Pero Dios ha elegido lo que el mundo tie­ne por necio, con el fin de avergonzar a los sabios; y ha escogido lo que el mundo tie­ne por débil, para avergonzar a los fuertes.

1,31     Dios ha elegido ala gente común y des­preciada; ha elegido lo que no es nada para rebajar a lo que es.

1,32     Y así ningún mortal ya podrá alabarse a sí mismo delante de Dios.

1,33     Por gracia de Dios ustedes están en Cristo Jesús, el cual ha llegado a ser nues­tra sabiduría, venida de Dios, y nos ha he­cho agradables a Dios; santos y libres.

1,34     La Escritura, pues, nos dice: No se sientan or­gullosos; más bien estén orgullosos del Señor.

 

2,1        +

Estaba enfermo, iba inquieto y con temor. Pablo nos da un ejempo. Uno tiene que arriesgarse si quiere anunciar a Cristo. Muchos esperan estar bien preparados y capacita­dos humanamente para hablar a los demás. Se preparan toda la vida y mueren sin haberse atrevido.

Fue una manifestación del Espíritu y de su poder. El po­der del Espíritu acompañada predicación de Pablo: curacio­nes y milagros. Hoy también el grupo de creyentes que pre­dica tiene que demostrar el poder con que actúa. Así, por ejemplo, la Legión de María empezó con la actuación de al­gunas personas sin recursos que decidieron rehabilitar a las prostitutas. Actuaron en un barrio que desafiaba a la misma policía. Con su actuación y su oración, en pocos meses lo­graron vaciar y cerrar todos los prostíbulos, unos después de otros, logrando la conversión de la gran mayoría de las prostitutas, que volvieron a la vida honrada.

 

2,2        Yo mismo, hermanos, viniendo a ustedes para darles a conocer el pro­yecto misterioso de Dios, no llegué con palabras y discursos elevados.

2,3        Me propuse no saber otra cosa entre ustedes sino a Cristo Jesús y a éste crucificado.

2,4        Me pre­senté débil, iba inquieto y angustiado;

2,5        mis palabras y mi predicación no tenían brillo, ni artificios para seducir a los oyentes. Pero sí, se manifestó el Espíritu con su poder,

2,6        para que ustedes creyeran, no ya por la sabiduría de un hombre, sino por el poder de Dios.

 

El Espíritu nos enseña los secretos de Dios

 

2,7        +

Pablo nunca quiso pasar por sabio ni deslumbrara sus oyentes, Sin embargo, dispensa una sabiduría a los más avanzados en la fe.

El texto dice en forma más precisa: a los perfectos. En ese tiempo, en diversas religiones se llamaban perfectos a los que habían recibido una enseñanza secreta que no se en­tregaba a todos los miembros de la secta. Támbién en la Iglesia algunos consideraban que pertenecían a una clase superior de creyentes, debido a los dones del Espíritu que habían recibido, especialmente si se sentían capaces de ha­blar en forma interminable de las cosas de la fe.

Pero Pablo les opone sus propios dones como profeta y apóstol. El puede enseñarles esas verdades más esenciales que no necesitan de muchas palabras, sino que han de ser expresadas por un profeta, o sea, por quien tiene una experiencia de Dios mucho más profunda que la de los habladores en lenguas o predicadores de toda clase.

El Espíritu conoce los secretos de Dios (11). Mientras estamos en esta tierra, conocer las secretos de Dios significa también conocemos a nosotros mismos: conocimiento de lo que somos, de las grandes líneas de nuestra misión y la meta a la que Dios nos llama (12): Pero, habitualmente es muy dificil expresar lo que Dios nos hizo comprender y sentir, por poco que esta experiencia sea realmente es­piritual.

El hombre que se quedó en lo humano (Pablo dice: el hombre carnal) no alcanza la Verdad de Cristo (ver en Rom 7,74). En cambio, el hombre espiritual (que no es necesa­riamente el intelectual), conoce por experiencia las cosas de Dios.

El hombre espiritual puede juzgar de todo, y a él nadie lo puede juzgar. El que ve no puede convencer al ciego de que existen colores. Los ve, sin embargo, y sabe con toda cer­teza que si el otro no los ve, no es porque los colores no existen, sino porque no tiene ojos para ver. Así sucede con el hombre «espiritual», en relación con el hombre «carnal».

 

2,8        En realidad, a los más avanzados en la fe les dispensamos una sabiduría que no s nos enseñó este mundo ni los dirigentes de este mundo, que precisamente han sido derribados.

2,9        Enseñamos el proyecto misterioso y secreto de la sabiduría divina, lo que El decidió desde el principio para lle­vamos a la Gloria.

2,10     Esto no lo conocía ninguno de los que dirigen este mundo. Porque, de otra mane­ra, no habrían crucificado al Señor de la Gloria.

2,11     Pero, según dice la Escritura: El ojo no ha visto, el oído no ha oído; a nadie se le ocurrió pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.

2,12     A nosotros, sin embargo, Dios nos lo ha revelado por su Espíritu pues el Espíri­tu escudriña todo, hasta lo más profundo de Dios.

2,13     ¿Quién sabe lo íntimo de cada uno, sino, en su interior, su propio espíritu? De igual modo, sólo el Espíritu de Dios cono­ce los secretos de Dios.

2,14     Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, y por él en­tendemos lo que Dios, en su bondad, nos concedió.

2,15     Todo eso lo conversamos, no en el lenguaje de la humana sabiduría, sino con aquellas palabras que nos enseña el Espí­ritu de Dios, para expresar las cosas espiri­tuales en un lenguaje espiritual

2,16     El hom­bre que se quedó en lo humano, no entien­de las cosas del Espíritu. Para él son locu­ras y no las puede entender, porque se aprecian a partir de una experiencia espiri­tual.

2,17     En cambio, el hombre espiritual juz­ga de todo, y a él nadie lo puede juzgar.

2,18     ¿Quién ha conocido el pensamiento del Señor, para luego instruirlo? Y precisamen­te nosotros tenemos el pensamiento de Cristo.

 

Muchos son los obreros: una es la casa

 

3,1        +

Puse las bases como buen arquitecto. Sabemos que Pablo es un fundador de Iglesias. No se pone celoso de los que pasar después de él. Pero puede suceder que alguno, reconocido como una autoridad, actúe para su prestigio per­sonal, olvidando que esos creyentes que reciben sus direc­otivas son la Iglesia de Cristo y no un público que conquistar.

Cada uno se fije cómo construye encima. Podemos ver en este texto cómo cada uno construye sobre un terreno ya preparado por otras generaciones. Lo importante no es rea­lizar cosas que se vean y tengan éxito inmediato, sino más bien algo que perdure para siempre. Y todo esto sin olvidar nunca que nadie puede poner otro cimiento que el que ya ha sido puesto, que es Jesucristo.

El fuego probará la obra de cada cual. Detengámonos en esta imagen. Pablo habla según las ideas de su tiempo. El día del Juicio de Dios parecía muy cercano, y todos pensa­ban que Dios iba a destruir y purificar al mundo por el fue­go. Así, dice Pablo, todo lo que no se hizo en la Iglesia se­gun las indicaciones del Espíritu Santo, será destruido en el juicio. En cuanto al que lo hizo, no será condenado, sino que sufrirá personalmente y tendrá que pagar. Este apoya la creencia en el purgatorio, o sea, en una purificación dolorosa en el momerrto de la muerte o después la muerte.

 

3,2        Yo, hermanos, no les pude hablar como a hombres espirituales pues sienten como hombres «carnales», y en Cristo son todavía niños.

3,3        Les di leche y no comida sólida, pues todavía no eran capa­ces y ni siquiera ahora la pueden soportar,

3,4        porque todavía son hombres carnales. Mientras siguen con envidias y peleas, ¿qué les diré sino que son carnales y se portan igual. que los demás?

3,5        Mientras uno dice: «Yo soy de Pablo», y el otro: «Yo soy de Apolo», ¿qué son us­tedes sino hombres como todos?

3,6        Díganme: ¿qué es Apolo?, ¿qué es Pa­blo? Son servidores por medio de los cua­les ustedes llegaron a la fe, y cada uno obró según Dios se lo concedió.

3,7        Yo planté, Apolo regó, pero Dios hizo crecer.

3,8        Y no cuentan ni el que planta, ni el que riega, sino Dios que hace crecer

3,9        El que planta y el que riega son una sola cosa, aunque Dios pagará a cada uno se­gún su trabajo.

3,10     Juntos trabajamos en la obra de Dios, pero a él pertenece el campo y la construcción que son ustedes.

3,11     Yo, como buen arquitecto, puse las ba­ses según la capacidad que Dios me ha concedido; otro después ha de levantar la casa. Que cada unos sin embargo, se fije cómo construye encima. .

3,12     Pues la base nadie la puede cambiar; ya está puesta y es Cristo Jesús.

3,13     Pero, con estos cimientos, si uno construye con oro, otro con plata o piedras preciosas, o con madera, caña o paja,

3,14     llegará a saberse cómo cada uno trabajó. El día del Juicio lo dará a conocer, porque en el fuego todo se descubrirá. El fuego probará la obra de cada cual:

3,15     si su obra resiste el fuego, será premiado;

3,16     pero, si es obra que se convierte en ce­nizas, él mismo tendrá que pagar. El se sal­vará, pero como quien pasa por el fuego.

3,17     +

No saben que son Templo de Dios. Cristo es el Tan­plo nuevo de los creyéntes, que reemplaza el templo de los judíos (ver Jn 2,79 y Mc 15,38). El Templo de Dios es Cris­to, porque en él está todo el Espíritu Santo. El Templo de Dios es también la Iglesia, donde está actuando el Espíritu Santo. El Templo de Dios es también cada hogar y cada cre­yente (ver 6,19), porque el Espíritu está presente en cada uno de los «santos».

 

3,18     ¿No saben ustedes que son Templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?

3,19     Al que destruya el Templo de Dios, Dios lo destruirá. El Templo de Dios es santo, y ese templo son ustedes.

 

No dividan la Iglesia

 

3,20     +

Todo es de ustedes, y ustedes de Cristo (v. 22). Filósofos no creyente han dicho que el hombre inventó a Dios a partir de su propia miseria. Todo lo que a los hombres les faltaba para ser grandes y felices lo atribuían a un Ser Su­perior que lo tenía todo y, al rendirle culto, se sentían  iden­tificados con su grandeza, olvidando su propia pobreza. No todo es falso en esta teoria: es así como los pobres se ha­cen partidarios de ídolos, ya sean cantantes, deportistas o politicos Se hacen matar por causas que no son suyas y po­nen su orgullo en personas e instituciones que solamente sirven para explotarlos.

El creyente obedece por la fe a los responsables de la Igle­sia, pero nunca se hace corderito del rebaño, siendo cons­ciente de la igualdad fundamental de los hijos be Dios, tén­gan o no títulos y cargos.

 

3,21     Que nadie se engañe. Si entre uste­des alguno pasa por sabio, según los crite­rios de este mundo, hágase el que no sabe, y llegará a ser verdadero sabio.

3,22     Pues la sabiduría de este mundo es. necedad ante Dios. Al respecto dice la Escritura: Dios atrapa a los sabios en su propia sabiduría.

3,23     También dice: El Señor cónoce las razo­nes de los sabios, y sabe que no valen nada.

3,24     Por esto, que nadie se haga el admi­rador de unos hombres, ya que todo es de ustedes,

3,25     Pablo, Apolo, Kefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente y lo futuro.

3,26     Todo lo que existe es de ustedes, y uste­des son de Cristo y Cristo es de Dios.

 

4,1        Que todos, pues, vean en nosotros los servidores de Cristo y los encar­gados de las obras misteriosas de Dios.

4,2        Siendo encargados, se les pedirá que ha­yan sido fieles.

4,3        Pero a mí poco me impor­ta si me juzgan ustedes o cualquier tribunal humano.

4,4        Ni siquiera me juzgo a mis­mo; .a pesar de que mi conciencia de nada me reprocha, no por eso me creo sin re­proches: el Señor es quien me juzga.

4,5        Por lo tanto, no juzguen antes de tiem­po, hasta que venga el Señor. El sacará a la luz todo lo que se disimuló en las tinie­blas y pondrá a las claras las intenciones se­cretas. Entonces cada uno recibirá de Dios la alabanza que le corresponde.

4,6        Hermanos, ustedes me obligaron a apli­car estas verdades a Apolo y a mí. Con este ejemplo aprendan a no creerse superiores por apoyar al uno contra el otro.

4,7        Pues, ¿en qué te diferencias de los demás?, ¿qué tie­nes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te sientes orgulloso como sino lo hubieras recibido?

 

Cristianos cómodos y militantes perseguidos

 

4,8        +

Los corintios se sienten ricos de su fe; de sus conoci­mientos, de su experiencia cristiana. Ya no necesitan a Pa­blo. Para ellos vino a ser un «pobre judío» que va predican­do, pero que no está al nivel de ellos, gente de cultura antigua.

El apóstol sabe que su cultura y su fuerte personalidad le permitirían una vida brillante. Ve también la estrechez y la poca inteligencia de sus adversarios y los deja que se bur­len de él. Ellos lo toman por tonto, y lo es de alguna ma­nera. Sin embargo, fue haciéndose pasar por tonto como los «engendró en Cristo», llevándoles la salvación.

 

4,9        Así, pues, ustedes están ricos y satisfe­chos y se sienten reyes sin nosotros. ¡Ojalá que hubieran llegado a ser, reyes! Pues el reino sería también para nosotros.

4,10     Porque me parece que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha colocado en el últi­mo lugar, como condenados a muerte, y hemos llegado a ser espectáculo para el mundo entero, tanto para los ángeles como para los hombres.

4,11     Nosotros somos los locos de Cristo, mientras ustedes irradian la sabiduría de Cristo. Nosotros somos débiles, y ustedes fuertes. Ustedes son considerados, y noso­tros despreciados.

4,12     Hasta hoy pasamos hambre y sed, fal­ta de ropa y malos tratamientos, mientras andamos de un lugar a otro.

4,13     Trabajamos con nuestras manos hasta cansarnos. La gente nos insulta y los bendecimos, nos persigue y todo lo soportamos,

4,14     nos ca­lumnia, y entregamos palabras de consue­lo. Hemos llegado a ser como la basura del mundo, como el desecho de todos hasta el momento.

4,15     No les escribo esto para avergonzar­los, sino que los quiero corregir como a hi­jos muy queridos.

4,16     Pues, aunque tuvieran en Cristo a diez mil guías que cuiden sus pasos, no cabe lugar para muchos padres. Y fui yo quien les transmití la vida en Cristo por medio del Evangelio.

4,17     Por lo tanto, les ruego que sigan mis ejemplos,

4,18     y con este fin les envío a Timoteo, mi querido hijo, y digno de confianza en el servicio del Señor. El les recordará mis normas para una con­ducta cristiana, tales como las enseño por todas partes en todas las Iglesias.

4,19     Pensando algunos de ustedes que ya no iría a visitarles, se han hinchado de or­gullo.

4,20     Pero iré pronto, si el Señor quiere, y veré, no lo que dicen esos orgullosos, sino de qué son capaces.

4,21     Porque el Reino de Dios no es cuestión de palabras, sino de poder.

4,22     ¿Qué prefieren ustedes, que vaya con palos o con amor y mansedumbre?

 

Un caso de excomunión

5,1        +

Pablo quiere salvar al culpable, pero sabe que en el caso presente sólo el castigo en carne propia podrá llevado al arrepentimiento y a la salvación. Por eso, los fieles pedi­rán en su oración común que sea herido en su salud, en sus pertenencias (es lo que significa entregado a Satanás, o sea, al poder del mal, como lo había sido Job).

Cristo había comparado el Reino de Dios a una levadura que hace fermentar toda la masa Aquí, al contrario, Pablo usa la misma comparación para designar el mal que se co­munica a todos.

Ustedes han de ser los panes sin levadura. (v. 7). Aprovechándose de esta advertencia, Pablo va a lo esencial de la fe. Los creyentes han sido resucitados espiritualmente con Cristo; y para celebrar esta Pascua suya tendrán que usar, según las antiguas costumbres de la Pascua, un pan sin le­vadura, es decir, una vida moral sin mancha

No hablaba de los que no pertenecen a la Iglesia. El cre­yente no tiene miedo de vivir en medio de los pecadoras. Es su misión la de dar la luz a los que no la tienen y de imi­tar a Cristo, que comió con los pecadores. Pero eso sí, se niega a convivir en la Iglesia con los que recayeron en sus vicios y no se arrepienten.

¿Cómo juzgaría yo a los que están fuera? Debemos res­petar a los que no creen. Si su conducta no es la que pide el Evangelio, no dudemos de que Dios les da también opor­tunidades de hacer el bien a su manera. Jesús nos indicó el camino que debemos seguir nosotros; para los de fuera, es secreto de él.

 

5,2        Ustedes han hecho noticia con un caso de inmoralidad sexual y un caso tal que ni siquiera existe entre los pa­ganos. Sí, uno de ustedes tiene por mujer a su misma madrastra.

5,3        ¡Y mientras tanto se sienten orgullosos! Mejor hubieran acor­dado hacer duelo y echar fuera al autor de esta fechoría.

5,4        Yo, por mi parte, aunque au­sente de cuerpo, estoy con ustedes en es­píritu y, como si estuviera presente, ya he sentenciado al que cometió ese crimen.

5,5        Reunámonos ustedes y mi espíritu; en el Nombre de nuestro Señor Jesús y con su poder,

5,6        ustedes entregarán a ése a Sata­nás para que así todo lo pierda, pero, en el día del Señor, su espíritu se salve.

5,7        No es el momento de alabarse. ¿No sa­ben que un poco de levadura fermenta toda la masa?

5,8        Echen, pues, fuera esa levadura vieja, para ser una masa nueva. Si Cristo se hizo nuestra víctima pascual, ustedes han de ser los panes sin levadura.

5,9        Celebremos, pues, la Pascua; no más levadura vieja, que es la maldad y la perversidad; tengamos pan sin levadura, o sea, la pureza y la sinceridad.

5,10     Les escribí en mi otra carta que no tu­vieran trato con los que viven en la inmo­ralidad sexual.

5,11     Por supuesto que no ha­blaba de los que no son de la Iglesia y que son inmorales, explotadores, estafadores o que adoran a los ídolos. De otra manera, ustedes tendrían que salir de este mundo.

5,12     Solamente les escribía, que ya no tuvie­ran trato con quienes, llamándose herma­nos, llegan a ser inmorales, explotadores o esclavos de ídolos, chismosos, borrachos o estafadores. En este caso, ni siquiera co­man con ellos.

5,13     ¿Cómo juzgaría yo a los que están fue­ra? Pero ustedes, ¿no deben juzgar a los que están dentro?

5,14     Dejen que Dios juzgue a los que están fuera, pero ustedes, expul­sen al perverso de entre ustedes.

 

No metan pleitos a otros creyentes

 

6,1        +

Pablo pide a los creyentes que designen a uno de los suyos para que arregle el caso en forma personal como lo indica el Evangelio (Mateo 18,15). Como se puede apreciar, esto sólo se puede hacer cuando la Iglesia se presenta como una comunidad y no cuando aparece como una masa de gente.

 

6,2        Cuando uno de ustedes tiene algu­na queja a contra un hermano ¿cómo puede atreverse a ir ante jueces paganos en vez de someter el caso a, gente de la Igle­sia?

6,3        ¿No saben ustedes que algún día juz­garán al mundo? Y si ustedes han de juz­gar al mundo; ¿no tendrán capacidad para asuntos tan pequeños?

6,4        ¿No saben que juzgaremos a los mis­mos ángeles? ¿Y cómo no deciden en cues­tiones de la presente vida?

6,5        Pero no: para esos líos de la presente vida ustedes se bus­can jueces entre gente de la que la Iglesia no hace ningún caso.

6,6        Se lo digo para su vergüenza: ¿Así que no habrá ninguno en­tre ustedes, ningún hombre prudente que pueda hacer de árbitro entre sus herma­nos?

6,7        Pero no: un hermano demanda a su hermano, y lo demanda ante gente sin fe.

6,8        Ya es una desgracia que tengan pleitos unos contra otros. ¿No sería mejor sufrir la injusticia y soportar algún perjuicio?

6,9        Pero no; son ustedes que cometen injusticias y perjudican a otros, y ésos son hermanos.

6,10     ¿No saben que los injustos no heredarán el Reino de Dios?

No se engañen: no heredarán el Reino de Dios los que tienen relaciones sexuales pro­hibidas, ni los que adoran a los ídolos, ni los adúlteros, ni los homosexuales de toda clase,

6,11     ni los ladrones, ni los explotadores, ni los borrachos, ni los chismosos, ni los es­tafadores.

6,12     Algunos de ustedes lo fueron, pero ahora han sido lavados en el Nombre de Cristo Jesús, nuestro Señor, y por el Es­píritu de nuestro Dios, y están consagrados a Dios y en amistad con Dios.

 

Sobre el libertinaje sexual

 

6,13     +

Todo me es permitido; no todo es provechoso. Hom­bres poco escrupulosos repetían la primera parte de esta fra­se para justificar su mala conducta.

La comida es para el estómago; el cuerpo es para el Se­ñor. Pablo hace una distinción entre lo que en el cuerpo es

puramente biológico y lo que en el cuerpo se entrega con toda la persona.

Comer y beber son exigencias del «estómago» (ahora di­ríarmos: del puro cuerpo). Pero en la unión sexual se entre­ga: el «cuerpo» (ahora diríamos: la persona misma). Y pre­cisamente el que pertenece a Cristo en toda su persona no se puede entregar a una prostituta.

 

6,14     Todo me es permitido, pero no todo es provechoso. Todo me es permitido pero yo no me haré esclavo de nada.

6,15     La co­mida es para el estómago, y el estómago para la comida; tanto el uno como la otra son cosas que Dios destruirá. En cambio, el cuerpo no es para la libertad sexual, sino para el Señor; y el Señor es para el cuerpo.

6,16     Y Dios, que resucitó al Señor, nos resu­citará también a nosotros con su poder.

6,17     ¿No saben que sus cuerpos son parte de Cristo? ¿Y cómo le quitarían a Cristo esa parte de su cuerpo para hacerla parte de una prostituta? ¡Ni pensarlo!

6,18     Pero uste­des saben que al unirse con una prostituta, llegan a ser un solo cuerpo con ella. Pues la Escritura dice: Los dos serán una sola carne.

6,19     En cambio, el que se une al Se­ñor, se hace con él un mismo espíritu.

6,20     Desháganse totalmente de las relacio­nes sexuales prohibidas. Todo otro pecado que cometa el hombre le queda exterior. Al contrario, el que tiene relaciones sexuales prohibidas peca contra su propio cuerpo.

6,21     ¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que Dios mismo puso en ustedes? Ustedes ya no se pertenecen a sí mismos,

6,22     sabiendo que fueron compra­dos a un gran precio, procuren que sus cuerpos sirvan para gloria de Dios.

 

La continenda en el matrimonio

 

7,1        +

Aquí Pablo empieza a contestar varias preguntas que los corintios le hicieron por escrito; las primeras se refieren al matrimonio y a la castidad.

La vida cristiana había, fomentado el aprecio a la castidad. Pero, también podía mezclarse en eso algo menos cristiano. En el mundo.griego había doctrinas que consideraban malo e impuro todo lo que es obra del cuerpo; de ahí que para cierta gente la perfección consistía en vivir como ángeles, despreciando, entre otras cosas, el matrimonio.

Pablo no quiere decir todo sobre el matrimonio. Solamen­te precisa qué lugar puede tener la castidad en el matrimo­nio. Los esposos cristianos pertenecen a Cristo en todo su ser consagrado por el bautismo. Por eso, no se, dejan­ esclavizar por las exigencias de su cuerpo.

¡Cuidado con las relaciones fuera del matrimonio! (v. 2). A los modernos les choca que Pablo no hable del aspecto positivo del sexo al servicio del amor, y solamente se fije en los posibles pecados. Pero debemos pensar que veinte si­glos nos separan de Pablo y de los problemas de sus con­temporáneos. Los griegos consideraban como un ideal dis­poner de una espeso para tener hijos, una amiga para el amor, y prostitutas para el placer. Ya es mucho que, en 6,13, Pablo presente el sexo como un compromiso de toda la per­sona, y no una obra de la carne.

En este párrafo, lo más revolucionario está en recordar la igualdad de derechos del marido y de su esposa, ya expre­sada por Jesús (Mc 10,1-12):

De otra manera, caerían en las trampas de Satanás (v.5). Habrá que recordar estas palabras cuando se trate de con­trol de la natalidad. Pablo dice que, fuera de una gracia es­pecial, no es bueno que se abstengan por largo tiempo de las relaciones conyugales.

 

7,2        Contesto las preguntas que me hi­cieron en su carta.

Es cosa buena para el hombre no tener relaciones con una mujer.

7,3        Pero ¡cuidado con las relaciones fuera del matrimonio! Que cada uno, pues, tenga su esposa y cada mujer su marido

7,4        El marido cumpla con sus deberes de esposo y también la es­posa.

7,5        La esposa no dispone de su propio cuerpos el marido dispone de él. Del mis­mo modo, el marido no dispone de su pro­pio cuerpo: la esposa dispone de él.

7,6        No se nieguen el derecho del uno al otro, sino cuando lo decidan de común acuerdo, por cierto tiempo, con el fin de de­dicarse más a la oración, pero después vuelvan a juntarse. De otra manera caerían en las trampas de Satanás por no saber do­minarse.

7,7        Les concedo estos tiempos de abstención, pero no los ordeno.

7,8        Me gus­taría que todos los hombres fueran como yo, pero cada uno tiene de Dios su propia gracia, unos de una manera, otros, de otra.

7,9        A los solteros y a las viudas, les digo que sería bueno para ellos quedarse así como yo.

7,10     Pero, si no pueden dominarse, que se casen; porque más vale casarse que estar ardiendo.

 

Matrimonio y divorcio

 

7,11     +

A los casados les ordeno (v. 10). Poco después lee­mos: A los demás les digo (v.12), y otra vez se trata de per­sonas casadas. Debemos entender que en 10 Pablo se di­rige a aquellos cuyo matrimonio es reconocido por la Igle­sia; y en el 12 habla para todos aquellos que siguen vivien­do con otra persona con la que se unieron antes de su bau­tismo y que no entro en la Iglesia con ellos.

Si se separa, que permanezca sin casarse. Pablo recalca una enseñanza de Cristo (Mt 5,32 y 19,1) cuando dice que los casados, en caso de separación; no vuelvan a casarse. Esta ley fundamental, que hace del matrimonio un compro­miso hasta la muerte, es una ley divina (Mt 5,32). Ver tam­bién lo dicho en Ef 5,22.

Si el que no cree se quiere apartar, que se aparte (v.15). Pablo hace una excepción para los que, en el momento de convertirse y bautizarse, ya eran casados. En este caso, el nuevo cristiano, por empezar una vida nueva, recupera su libertad si el otro no acepta su conversión. Aunque alabe el deseo del casado creyente de convertir al otro, no deja de advertir que puede ser mejor separarse, por supuesto, con posibilidad de realizar un nuevo matrimonio y según la fe. Es útil recordar que Pablo hablaba en un mundo donde el divorcio era cosa que se podía hacer por ley y que todo él mundo aceptaba

Sus hijos también están consagrados a Dios (v.14). ¿No será un error pensar que dos hijos de padres cristianos son «moros» y no tienen nada de Dios mientras no han sido bau­tizados? La gracia ya les llegó mediante el cariño, las aten­ciones y las oraciones de sus padres.

 

7,12     A los casados les ordeno, no yo sino el Señor, que la mujer no se separe de su marido.

7,13     Y si está separada, que no vuel­va a casarse, o que haga las paces con su marido. Lo mismo, que el marido no des­pida a su mujer.

7,14     A los demás les digo, como cosa mía y no del Señor: si algún hermano tiene una esposa que no es creyente, pero acepta vi­vir con él, no la despida.

7,15     Del mismo modo, si alguna mujer tiene un esposo que sin compartir su fe está conforme convivir con ella, no se divorcie.

7,16     Pues el esposo no creyente es santificado por su esposa, y la esposa no creyente es santificada por el marido que tiene fe. De otra manera, tam­bién sus hijos serían ajenos a la gracia; pero no es así: también están consagrados a Dios.

7,17     Pero si el esposo o la esposa que no cree se quiere apartar, que se aparte. En ta­les casos no hay obligación para el esposo o la esposa creyente. El Señor nos ha lla­mado a la paz.

7,18     Por lo demás, tú, mujer, ¿estás segura de que salvarás a tu esposo? Y tú, marido, ¿estás seguro de que salvarás a tu esposa?

7,19     +

Cada uno se desenvuelva... (v. 17). Parece que Pablo condena a la gente a vivir en la mediocridad, sin ambición personal, sin deseo de superación. ¡No es así! Más bien, pone por encima de todo la libertad interior y por máxima riqueza el poseer a Cristo.

Pero si puedes conseguir la libertad no dejes pasar la oportunidad. Hay condiciones de trabajo y de vida social que impiden al hombre hacer la voluntad de Dios y ser realmen­te libre.

Pero el creyente no puede tener como único ideal de su vida el mejorar su condición social, ya que en cada situa­ción social hay peligros de esclavitud. Conocemos personas que se están haciendo esclavos de hombres para lograr una situación mejor pagada o más considerada.

Traducimos: Si puedes conseguir la liberted no dejes pa­sar la oportunidad (v. 21), lo que corresponde a la frase si­guiente: han sido comprados a gran precio, no se hagan es­clavos de hombres. Pero también se podría traducir: «aun­que puedas conseguir la libertad; aprovecha tu situación pre­sente», es decir, en vez de preocuparte tanto por lo que ga­narás al cambiar de condición, vive plenamente tu vida de hoy­

 

7,20     Fuera de esto, cada uno se desen­vuelva en la condición en que lo puso el Se­ñor, tal como lo encontró el llamado de Dios. Así lo ordeno yo en todas las Iglesias.

7,21     Los circuncisos judíos que Dios llama a la fe no han de disimular su origen. Y los que no son de origen judío tampoco deben recibir la circuncisión.

7,22     No tiene importan­cia estar circuncidado o no. Lo que sí im­porta es guardar los mandatos de Dios.

7,23     Que cada uno, pues, quede en la si­tuación en que estaba cuando Dios lo lla­mó.

7,24     Si eres esclavo, no te preocupes por eso, pero si puedes conseguir la libertad, no dejes pasar la oportunidad.

7,25     El esclavo que fue llamado a creer en el Señor es hombre libre al servicio del Se­ñor. Y el que fue llamado siendo hombre li­bre se hace siervo de Cristo.

7,26     Ustedes fue­ron comprados por Dios a gran precio: no se hagan esclavos de hombres.

7,27     Así, pues, hermanos, cada uno siga delante de Dios en la condición en que es­taba cuando fue llamado.

 

Virginidad y castidad

 

7,28     +

Pablo nota cómo el matrimonio introduce un factor de división en las preocupaciones del que quiere servir a Cristo. Muchos militantes saben que no pueden dedicarse como lo desearían al servicio de sus hermanos, porque la esposa no lo entiende o porque tienen que atender a su Pablo, pues, aboga por el camino de la castidad a causa del Reino de Dios, que Jesús había indicado (ver Mt 19,12). En Corinto, ciudad de tan mala fama y donde centenares de prostitutas vivían en torno a los templos, según la cos­tumbre de su religión pagana, la nueva comunidad estaba descubriendo el camino de la virginidad. Aquí Pablo no da mandatos, sino más bien consejos, recomendando este ca­mino a los que han recibido la gracia para seguirlo. Por úl­timo, el hecho de que cada bautizado esté consagrado a Cristo es para Pablo un argumento eficaz en favor de la virginidad.

Porque todo esto pasa (v. 31). Ningún compromiso, ni si­quiera los del matrimonio, nos tiene atados al mundo.

 

7,29     En cuanto a los que se mantienen vír­genes, no tengo ningún mandato especial del Señor, pero doy un consejo y pienso ser, por la misericordia del Señor, digno de confianza.

7,30     Esto me parece bueno en los tiempos difíciles en que vivimos; es cosa buena guardarse así.

7,31     Si estás ligado a una mu­jer, no trates de separarte; si no estás liga­do, no busques mujer.

7,32     El que se casa no comete pecado y la joven que se casa tam­poco comete pecado. A ésos, sin embargo, no les faltarán las pruebas y yo quisiera evitárselas.

7,33     Esto digo yo, hermanos: el tiempo se hace corto. Por eso, pues, los que están casados vivan como si no tuvieran esposa;

7,34     los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres como si no estuvieran alegres; que los que compran algo se por­ten como si no lo hubieran adquirido,

7,35     y los que gozan la vida presente, como si no la gozaran: porque todo esto pasa, y se descompone la figura del mundo.

7,36     Yo los quisiera ver libres de preocupa­ciones. El hombre sin casar se preocupa de las cosas del Señor y de cómo agradar al Señor.

7,37     Al contrario, el que está casado, se preocupa de las cosas del mundo y de agradar a su esposa, y está dividido.

7,38     Así también la mujer sin marido y la jo­ven sin casar, se preocupan del servicio del Señor, y le consagran su cuerpo y su espí­ritu. Al contrarío, la casada se preocupa de las cosas del mundo y de agradar a su esposo.

7,39     Esto lo digo para su provecho; no quiero ponerles trampas sino llevarlos a una vida más noble, y que estén unidos al Se­ñor enteramente.

7,40     +

Si alguien teme... (v. 36). Esto se puede traducir tam­bién: si alguien teme portarse mal con su joven virgen. En­tonces Pablo se estaría refiriendo a un intento original de vida religiosa que se comprobó, de hecho, en la primitiva Iglesia. Algunos compartían su casa con una joven que ha­bría podido ser su novia, consagrando ambos su virginidad al Señor. Pablo invitaría, pues, a los interesados, a no per­severar en este compromiso si no se sienten capaces de guardar la virginidad.

Es posible traducir de otra manera. «Si alguno (algún pa­dre) teme portarse mal con su joven virgen que vive en su casa porque ve que es mayorcita ya y que está en edad de casarse... Entonces el trozo se estaría refiriendo a la inquie­tud del padre que tiene que casar a su hija y, tomando la decisión por ella según las costumbres de ese tiempo, pue­de también decidir que se quedará virgen.

 

7,41     Si alguien teme portarse mal con su novia, por ser excesivamente ardiente, y piensa que es mejor casarse, haga lo que quiera: no será un pecado.

7,42     Pero hay otro que, muy dueño de sí mismo, permanece interiormente firme en su libre decisión; éste, si decide abstenerse para que su no­via se quede virgen, hará muy bien.

7,43     Así, pues, el que se casa con su novia hace bien, y el que no se casa hace mejor.

7,44     La mujer está ligada mientras vive su marido. Si éste muere, ella queda libre de casarse con quien desee, siempre que sea un matrimonio cristiano.

7,45     Pero será más feliz si permanece sin casar según, mis con­sejos; Y creo tener yo también el Espíritu de Dios.

 

¿Se puede acompañar a los paganos en sus sacrificios?

 

8,1        +

Vivimos: en una sociedad «pluralistas», es decir, donde conviven hombres de creencias diferentes. Muchos no compar­ten nuestra fe y con frecuencia nos preguntamos si pode­mos acompañarlos en actuaciones que no estén de acuer­do con la fe. Por ejemplo, ¿cómo convivir con parientes o vecinos que no tienen la misma religión? ¿Qué hará la mu­jer cuando su marido no comparte sus escrúpulos sobre los medios de control de la natalidad? ¿Puede uno estar en un partido donde muchos están en contra de la Iglesia?

Es el problema que trata Pablo cuando contesta sobre las carnes sacrificadas a los ídolos. La discusión empieza aquí y seguirá en 10,23-11,1.

En tos templos paganos se sacrificaban animales. Des­pués del sacrificio, en un local del templo se hacía un ban­quete con la carne de la víctima. Los cristianos podían ser invitados por amigos paganos a tales banquetes. En otros casos, cuando comían en casas de amigos o vecinos, se les ofrecía carne que provenía de tales sacrificios. También en el mercado, una gran parte de la carne provenía de los sacrificios.

Pablo no desea que los creyentes vengan a ser un grupo de hombres fanáticos que viven aparte y se niegan a con­vivir con los demás. Si bien, es cierto que es pecado ofrecer sacrificios a los falsos dioses, no por eso la carne que les fue sacrificada va a estar manchada o impura. Los ídolos no existen ni tienen ningún poder. Por otra parte, Jesús ha­bía dicho: «No mancha al hombre lo que entra en su boca ­sino lo que sale de su corazón (Mc 7;15).

El saber infla al hombre. Sólo el amor edifica (v.2). Un creyente instruido puede perfectamente comer de esa carne, pues sabe muy bien que eso no es pecado; sin embargo, al hacerlo, debe tener en cuenta la manera de pensar de los demás y en lo posible debe tratar de evitar que otras personas se escandalicen, es decir, que piensen mal por lo que él hace.

En los versículos 7, 10, 11, 12 Pablo habla de conciencia «débil». Se trata del creyente que tiene poca instrucción re­ligiosa o que ha sido mal instruido: cree que algo es peca­do, aunque no lo es también es poco firme al ver a otros hacer algo malo, los imita a pesar de que su conciencia se lo reprocha.

Sí alguien te ve sentado a la mesa en un templo de ído­los (v. 10). Aquí hay algo más grave. En el capítulo 10,14-22. Pablo dirá que un creyente no puede participar en tal ban­quete en el templo mismo. Por el momento, actuando con cautela, no lo dice abiertamente, sino que muestra cómo esto puede escandalizar a otros.

 

 

8,2        En cuanto a la carne sacrificada a los ídolos, yo sé que todos hemos al­canzado el; saber. Pero el saber infla al hom­bre, mientras que el amor edifica.

8,3        Si algu­no cree tener el saber, es que no sabe to­davía dónde está el saber verdadero.

8,4        Si al­guien, en cambio, ama a Dios, a él Dios lo conoce.

8,5        Entonces, ¿se puede comer carne sa­crificada a los ídolos? Sabemos que es ido­lo aquello'que no tiene existencia, y no hay otro Dios que el Unico.

8,6        Es verdad que se habla de otros dioses en el cielo y en la tierra, y en este sentido no faltan los dioses y señores.

8,7        Sin embargo, para nosotros hay un solo Dios: el Padre. De él vienen to­das las cosas y para él existimos nosotros. Y hay un solo Señor, Cristo Jesús, por quien existen todas las cosas, y también nosotros existimos por él.

8,8        Pero no todos tienen este saber. Algu­nos que, recién todavía, practicaban el cul­to de los ídolos, creen que esa carne fue contagiada por el ídolo y, si comen, su con­ciencia poco formada se mancha.

8,9        No es un alimento el que nos hará agra­dables a Dios. Si comemos no ganamos nada; y si no comemos tampoco perdernos: nada.

8,10     Bien es cierto que somos libres, pero cuídense que esa misma libertad no haga caer a los débiles.

8,11     Tú tienes el sa­ber, pero, si alguno te ve sentado a la mesa en un templo de ídolos, ¿no será arrastra­do él también con su débil conciencia a co­mer de la carne sacrificada a los ídolos?

8,12     Entonces con tu saber habrás hecho que se pierda el débil, hermano tuyo, por quien Cristo murió.

8,13     Cuando ustedes ofenden a sus hermanos, hiriendo su conciencia toda­vía débil, contra el mismo Cristo pecan.

8,14     Por esto, si algún alimento ha de llevar al pecado a mi hermano, mejor no como nunca más carne, para no hacer pecara mi hermano.

 

Saber renunciar a sus derechos

 

9,1        +

¿No tengo derecho a ser alimentado? Al pedir a los co­rintios que no usen siempre su derecho de comer de la car­ne sacrificada a los ídolos, Pablo se pone a sí mismo como ejemplo, y muestra cómo él también renuncia a su derecho a ser mantenido por la Iglesia. En forma habitual, la comu­nidad les daba de comer y de beber a los apóstoles que es­taban de visita, y mantenía también a la mujer creyente que los atendía, como ya había pasado con Jesús (Lc 8,2). Sin embargo, para dar pruebas de su desprendimiento, Pablo no aceptaba esta ayuda y vivía de su trabajo, por lo menos, en ciertos períodos (Hechos 18,3).

¿Solamente a Bernabé y a mí se nos hará una obligación de trabajar? En la actualidad hay sacerdotes que piensan que, al trabajar como lo hacía Pablo, podrían ejercer mejor su misión de evangelizar, y borrar la falsa idea que tiene mu­cha gente respecto a la Iglesia o al sacerdote ocioso. Pero eso no quita que las comunidades se preocupen de man­tener materialmente a los que dedican todo su tiempo o par­te de él a entregarles las riquezas espirituales de la Palabra (ver Gálatas 6,6).

Me hice todo para todos. Pablo da una pauta a los após­toles de todos los tiempos. Los movimientos apostólicos in­sisten en que el militante conozca bien su ambiente y los problemas de sus compañeros. Por eso, el militante cristia­no debe compartir el estilo de vida y las aspiraciones huma­nas de sus compañeros en todo lo que no es pecado. Ha­ciéndose, al igual que Pablo, judío entre los judíos, no sólo en apariencias; sino de verdad, es como podrá ganarlos.

 

9,2        ¿No ven que yo también soy libre? ¿No soy apóstol y no he visto a Je­sus el Señor? Ustedes, ¿no son mi obra en el Señor?

9,3        Si otros no me reconocen como apóstol, al menos para ustedes lo soy. Us­tedes son, en el Señor, mi firma de apóstol,

9,4        y con ustedes tengo para responder a los que me calumnian.

9,5        Ahora bien, por ser apóstol, ¿no tengo derecho a ser alimentado?

9,6        ¿Acaso no te­nemos derecho a llevar con nosotros, en nuestros viajes, alguna mujer hermana, como hacen los demás apóstoles y los her­manos del Señor, y Kefas?

9,7        ¿Solamente a Bernabé y a mí nos impondrán la obliga­ción de trabajar?

9,8        ¿Qué soldado va a la guerra a sus pro­pias expensas? ¿Quién planta una viña y no come de sus frutos? ¿Quién cuida de un rebaño y no se alimenta de su leche?

9,9        Y no son solamente usos del mundo, pues la Ley dice lo mismo.

9,10     En la ley de Moisés está escrito: No pongas bozal al buey que trilla. ¿Debemos pensar que Dios se preocupa por los bueyes o, mejor, que habla para nosotros? Sin duda que esto se escribió para nosotros.

9,11     El arador no ara si no lo mueve la esperanza; y tampoco uno trilla sin tener la esperanza de recibir su par­te.

9,12     Y si nosotros hemos sembrado en us­tedes las riquezas espirituales, ¿será mucho que cosechemos sus recursos materiales?

9,13     Si otros tienen este derecho sobre us­tedes, con mayor razón nosotros. Pero no lo hemos aprovechado, y preferimos aguantar antes que crear, obstáculos al Evangelio de Cristo.

9,14     ¿No saben que los que sirven en el templo comen lo que fue sacrificado en el templo? Y los que sirven al altar, ¿no reciben su parte del altar?

9,15     Del mismo modo, el Señor ha ordenado a los que anuncian el Evangelio que vivan del Evangelio.

9,16     Mas yo no aproveche mis derechos, ni ahora les escribo para reclamar a1go. ¡An­tes morir! Ahí está mi gloria, que nadie me quitará.

9,17     Si no, yo no tendría ningún mé­rito con sólo anunciar el Evangelio, pues lo hago por obligación. ¡Pobre de mí si no anuncio el Evangelio

9,18     Si lo hiciera por ini­ciativa propia, podría esperar recompensa. Pero, si la cosa no salió de mí, no hago más que cumplir con mi oficio.

9,19     ¿Qué haré entonces para merecer una recompensa? Al anunciar el Evangelio lo daré gratuitamente sin valerme de los de­rechos que me reconoce el Evangelio.

9,20     Yo, que me sentía libre respecto de to­dos, me he hecho esclavo de todos con el fin de ganarlos en mayor número.

9,21     Para ganar a los judíos, me he hecho judío con los judíos; y, porque están sometidos a la Ley, yo también me porté como quien, está bajo la Ley, aunque estoy libre de ella.

9,22     Con los que son extraños a la Ley me porté como uno de ellos, aunque, por estar sujeto a la ley de Cristo, también tengo ley respecto de Dios; pero yo quería ganar a los que son extraños a la Ley.

9,23     Compartí los escrúpulos de los de conciencia débil, porque yo quería ganar a los de conciencia débil; me he hecho todo para todos, con el fin de salvar, sea como sea, a algunos.

9,24     Por el Evangelio lo hago, y con la espe­ranza de participar de sus promesas.

 

La fe exige sacrificios

 

9,25     +

Pablo se prepara para decir a los corintios que en nin­gún caso pueden participar en el culto a los ídolos. Para jus­tificar esta actitud muy firme (y que a ellos les parecerá ri­gurosa), presenta dos argumentos:

- ninguna carrera se puede ganar sin esfuerzo y sa­crificio

- la Biblia nos muestra cómo Dios castiga a los que se dejaron arrastrar al culto de los ídolos.

Los atletas se imponen un régimen muy estricto. Este pri­mer párrafo nos dice que debemos renunciar aun a cosas que no son malas. Para ser realmente libres, se necesita una disciplina, ya sea en el uso del alcohol y del tabaco, o bien en el tiempo que pasamos ante el televisor o leyendo revis­tas. Mientras el mundo nos quiere convertir en consumido­res y espectadores, debemos ser los actores de la salvación.

El segundo párrafo recuerda el ejemplo de Israel (ver Ex 32, Núm. 21).

La roca era Cristo (v. 4). Las leyendas judías decían que la roca de que se habla en Exodo 17,5 seguía a los israelítas en su viaje. Pablo no dice que esa leyenda sea verdad; solamente la recuerda porque ve en ella una imagen de Cris­to, presente en su Iglesia.

 

9,26     ¿No han aprendido nada en el esta­dio? Muchos corren, pero uno solo gana el premio. Corran, pues, de manera que lo consigan,

9,27     como los atletas que se impo­nen un régimen muy estricto. Solamente que ellos lo hacen por una corona de lau­reles perecederos, mientras que nosotros, por una corona que no se marchita.

9,28     Así, pues, corro yo, sabiendo a dónde voy. Doy golpes, pero no en el vacío.

9,29     Cas­tigo mi cuerpo y lo someto, no sea que, después de predicar a los otros, venga a ser eliminado.

 

10,1     Les recordaré, hermanos, que nuestros antepasados estuvieron todos bajo la Nube y todos pasaron el mar.

10,2     De alguna manera fueron bautizados en la Nube y en el mar para ser el pueblo de Moisés

10,3     y todos comieron del mismo ali­mento espiritual

10,4     y todos bebieron la mis­ma bebida espiritual, pues bebían de una roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo.

10,5     Sin embargo, la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues quedaron muer­tos en el desierto.

10,6     Todo sucedió como ejemplo para no­sotros, a fin de que no nos abandonemos a malos deseos, como ellos lo hicieron.

10,7     No se hagan servidores de ídolos, como algunos de ellos les sirvieron, y la Escritura dice: El pueblo se sentó a comer y a beber y se levantaron a divertirse

10,8     No caigamos en la inmoralidad sexual como algunos de ellos lo hicieron, y cayeron veintitrés mil en  un día.

10,9     Ni tentemos al Señor como algu­nos de ellos lo tentaron, los cuales perecieron mordidos por las serpientes.

10,10 Ni tam­poco se quejen contra Dios como algunos de ellos se quejaron, y el Angel Extermina­dor acabó con ellos.

10,11 Estas desgracias les sucedieron para ejemplo nuestro, y la Biblia las relata para instruir a los que nos toca presenciar el fin de los tiempos.

10,12 Así, pues, el que cree estar firme ten­ga cuidado de no caer,

10,13 sabiendo que to­davía no los han tocado grandes pruebas. Pero Dios no les puede fallar y no permitirá que sean tentados sobre sus fuerzas. El les dará, al mismo tiempo que la tentación, los medios para resistir.

10,14 +

El pan que comemos es una comunión con el cuer­po de Cristo. En 11,18 Pablo volverá a hablar de la Euca­ristía. Esta comunión misteriosa con el Resucitado, además de ser un encuentro de cada uno con Cristo, hace también de todos nosotros un solo cuerpo. Somos un solo cuerpo: esto no significa solamente que nos sentimos muy unidos, sino que Cristo resucitado nos une en él y, con esto, da a la comunidad una fuerza nueva.

El ídolo no es nada. El ídolo no es en sí mismo más que un poco de materia. Sin embargo, los judíos pensaban, Y también lo dice Pablo, que el culto a los ídolos está dirigido a los demonios. Cuando los hombres se dejan arrastrar por corrientes locas y sacrifican a sus ídolos eso mismo que su familia necesita para vivir, sabemos que están sirviendo a los demonios.

 

10,15 Por eso, hermanos muy queridos, hu­yan del culto a los ídolos.

10,16 Les hablo como a personas inteligentes: juzguen us­tedes mismos lo que voy a decir:

10,17 La copa de bendición que bendecimos, ¿no es una comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es una comunión con el cuerpo de Cristo?

10,18 Como uno es el pan, todos pasamos a ser un solo cuerpo, par­ticipando todos del único pan.

10,19 Miren a los israelitas, a la raza de Is­rael: para ellos, comer de las víctimas es en­trar en comunión con su altar.

10,20 Con esto no quiero decir que la con­sagración de la carne al ídolo tenga algún valor, ni que el ídolo mismo sea alguien.

10,21 Sin embargo, cuando los paganos ofre­cen un sacrificio, el sacrificio va a los de­monios y no a Dios. Yo no quiero que us­tedes entren en comunión con los demo­nios.

10,22 Ustedes no pueden beber al mismo tiempo de la copa del Señor y de la de los demonios. Ustedes no pueden participar de la mesa del Señor y de la de los demonios.

10,23 ¿Acaso queremos provocar los celos del Señor? ¿Seremos más fuertes que él?

 

Conclusiones prácticas

 

10,24 +

Todo es permitido, pero no todo es constructivo. Pa­blo saca aquí las conclusiones prácticas de lo que trató en 8,1-13. Fuera de los casos que acabamos de ver, en que el creyente se niega a participar directamente en algo malo, la regla suprema de conducta será buscar el bien y respetar la conciencia de los demás.

 

10,25 Todo es permitido, pero no todo es provechoso. Todo es permitido, pero no todo es constructivo.

10,26 Que nadie busque su propio interés, sino el del prójimo.

10,27 Coman, pues, lo que se vende en la plaza sin averiguar su proveniencia por es­crúpulo de conciencia

10,28 Pues del Señor es la tierra y todo lo que ella contiene.

10,29 Cuan­do sean invitados por alguien que no com­parta la fe, vayan si quieren, y coman de todo lo que él les sirva, sin averiguar por es­crúpulo de conciencia.

10,30 Pero si alguien les advierte que es car­ne inmolada a los ídolos, entonces no co­man, en atención al que los advirtió y a su conciencia.

10,31 He dicho «en atención a su conciencia» y no a la tuya, pues los con­ceptos erróneos del otro no deben cambiar tu propio juicio.

10,32 Si vivo en gracia de Dios, ¿quién podrá criticarme por un alimento que recibo como un don de Dios?

10,33 Entonces, sea que coman, sea que be­ban, ó cualquier otra cosa que hagan,­ganlo todo para gloria de Dios.

10,34 No den escándalo ni a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios;

10,35 del mismo modo como yo trato de complacer a todos en todo. No busco mi propio interés, sino el de todos para que se salven.

 

11,1     Sigan pues mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.

 

El velo de las mujeres

 

11,2     +

¿Será importante que la mujer se ponga un velo para orar en la iglesia? Así lo exigía la costumbre judía. Unas po­cas líneas atrás (9,20) Pablo expresó que se hacía griego con los griegos, como se hacía judío con los judíos. Pero aquí notamos que no siempre veía con claridad cuáles cos­tumbres eran malas y cuáles, sin ser malas, chocaban con su propia cultura judía así el hecho de que la mujer griega no se cubriera la cabeza, y también su mayor independen­cia respecto del marido.

Pablo se deja llevar por su educación judía, muy machis­ta, y repite los mismos argumentos que usaban los maes­tros judíos (v. 5-10). Pero, de repente, se da cuenta que está negando la igualdad proclamada por Jesús (Mc 10,11) y tra­ta de volver atrás (v.11-12).

La manera como Pablo se despide da a entender que él mismo sentía el poco valor de los motivos en que se apoyaba.

 

11,3     Los alabo porque en todo se acuerdan de mí y porque guardan las tradiciones conforme se las he en­tregado.

11,4     Pero quiero recordarles que todo varón tiene a Cristo por cabeza, mientras que la mujer tiene al varón por cabeza; y Dios es la cabeza de Cristo.

11,5     Si un varón ora o pro­fetiza, teniendo la cabeza cubierta, deshon­ra su cabeza.

11,6     Al contrario, la mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, le falta al respeto a su cabeza. Es exactamen­te como si se la rapara.

11,7     Si una mujer no quiere llevar velo, que se corte el pelo. Si tie­ne vergüenza de cortarse el pelo y raparse la cabeza, que se ponga velo.

11,8     +

Pablo pasa sin transición al acto más importante de la asamblea cristiana; la Eucaristía. Estas líneas son el tes­timonio más antiguo referente a la «Cena del Señor», y fue­ron escritas en el año 55, algunos años antes de los evangelios.

La comunidad se reunía en torno a la misma mesa. Des­pués de la cena, a la que acompañaba el canto de los salmos, el que presidía empezaba una acción de gracias, en medio de la cual recordaba la última Cena de Jesús y repe­tía sus palabras para consagrar el cuerpo y la sangre de Cris­to. Entonces podían comulgar todos, del mismo pan y de la misma copa.

En 10,16 Pablo recordaba dos aspectosde la Cena del Señor.

- es la comunión del cuerpo y de la sangre del Señor;

- en ella se afianza la unión de caridad entre todos; so­mos un solo cuerpo.

Aquí denuncia el pecado de los corintios respecto a cada uno de esos dos puntos:

- Cada uno se adelanta a tomar su propia comida. Para no tener que compartir con un hermano que trajo menos, o para evitar la compañía de algún hermano que pertenece a otro grupo.

- Otro se embriaga. Y ya no están, por tanto, en condi­ciones para recibir el cuerpo de Cristo.

Sería comprender mal este texto pensar que la comunión está reservada para los que son perfectos.

Al no reconocer el cuerpo (v. 29). Esto tiene dos signifi­cados y designa a la vez:

- Al que no trata el pan consagrado, la Eucaristía, con el respeto, que le corresponde al cuerpo de Cristo. Ese no distingue el pan común del pan consagrado.

- Al que no toma -en cuenta a sus hermanos en la ce­lebración de la Eucaristía. Ese no reconoce el cuerpo de Cristo que forman todos los hermanos cristianos.

La Eucaristía es el centro y el corazón de la vida de la Igle­sia; la cual es ante todo una comunión. La Iglesia no es so­lamente un instrumento «para» evangelizar. También tiene por misión ser el lugar en que los hombres experimentan, ya ep latierra; la unión entre ellos y Cristo.

Están proclamando la muerte del Señor hasta que venga (v. 26). Las eucaristías celebradas cada día por todas partes del mundo y bajo todas las latitudes, se van sucediendo de hora en hora, de minuto eh minuto, recordando que la muerte de Cristo llena el tiempo hasta que vuelva.

La historia ya no puede parar, ni las civilizaciones estan­carse, como pasó en siglos anteriores. No es tanto que el progreso técnico nos obligue a avanzar. Más todavía las exi­gencias de justicia que salen de la muerte de un inocente (y Dios es el inocente), destruyen a la larga todo orden im­puesto. La Iglesia recuerda la muerte de Cristo, no como aferrada al pasado, sino para que, de esta manera, surjan a cada momento nuevas energías, tanto para reconciliar como para condenar.

Por eso hay tantos enfermos (v.30). Son muchos los sig­nos con los cuales el Señor nos advierte. Con sólo respetar las exigencias de una celebración digna de la Eucaristía, la Iglesia se transformaría.

 

 

11,9     El hombre no debe cubrirse la cabeza, pues el es imagen de Dios y refleja su glo­ria, mientras que la mujer refleja la gloria del hombre.

11,10 En efecto, no fue el hombre formado de la mujer, sino la mujer del hom­bre.

11,11 Ni tampoco creó Dios el hombre para la mujer, sino a la mujer para el hombre.

11,12 por tanto, en atención a los ángeles, la mujer debe llevar sobré su cabeza el signo de su depencia.

11,13 Bien es verdad: que en el Señor no se puede hablar del varón sin la mujer, ni de la mujer sin el varón.

11,14 Pues si Dios ha for­mado del hombre a la mujer, el hombre nace de la mujer, y ambos vienen de Dios.

11,15 Juzguen ustedes mismos: ¿les parece decente que una mujer ore a Dios sin velo?

11,16 El mismo buen sentido nos enseña que para el hombre es vergonzoso dejarse cre­cer el pelo,

11,17 mientras que una larga cabe­llera es el orgullo de la mujer, y precisamen­te le ha sido dada para servirle de velo.

11,18 De todas maneras, si alguien quiere discutir, sepa que ésa no es nuestra cos­tumbre ni es la costumbre en las Iglesias de Dios. La última cena de Cristo

11,19 Siguiendo con mis advertencias, no los puedo alabar porque sus reuniones les hacen más mal que bien.

11,20 Primeramente, según lo oí, cuando se reúnen en asamblea, se notan divisiones entre ustedes. Y en parte lo creo

11,21 Incluso tendrá que haber grupos rivales, a fin de que se vea quiénes de ustedes tienen vir­tud probada.

11,22 De manera que su reunión ya no es la Cena del Señor,

11,23 pues cada uno se ade­lanta a tomar su propia comida y, mientras uno pasa hambre, otro se embriaga.

11,24 ¿No tienen ustedes casas para comer y beber? ¿O es que desprecian la Iglesia de Dios y quieren avergonzar a los que no tienen? ¿Qué les diré? ¿Los aprobaré? En esto no.

11,25 Yo recibí esta tradición del Señor que, a mi vez, les he transmitido:

Que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan,

11,26 y después de dar gracias lo partió, diciendo, «Este es mi cuerpo, roto por ustedes; hagan esto en memoria mía»

11,27 De la misma manera, to­mando la copa después de haber cenado, dijo: «Esta es la Nueva Alianza en mí san­gre. Siempre que beban de ella, háganlo en memoria mía.»

11,28 Así, pues, cada vez que comen de este pan y beben de la copa, están proclaman­do la muerte del Señor hasta que venga.

11,29 Por tanto, si alguien come el pan y bebe de la copa del Señor indignamente, peca contra el cuerpo y la sangre del Señor.

11,30 Por eso, que cada uno examine su conciencia antes de comer del pan y beber de la copa.

11,31 De otra manera, come y bebe su propia condenación al no reconocer el Cuerpo.

11,32 Esta es la razón por la cual se ven tan­tos enfermos entre ustedes, y tantos que son débiles; y varios han muerto.

11,33 Si tu­viéramos cuidado en examinarnos y corre­girnos, el Señor no tendría que intervenir en contra nuestra.

11,34 El Señor interviene, para corregirnos, a fin de que no seamos con­denados junto con este mundo.

11,35 En resumen, hermanos, cuando se reúnen para comer, espérense irnos a otros,

11,36 y si alguien tiene hambre, que corría en su casa. De esta manera no se reunirán para su común condenación. Lo demás, ya lo dispondré cuando vaya.

 

El buen orden en las asambleas

 

12,1     +

En la Iglesia de Corinto el Espíritu Santo revela su pre­sencia comunicando a vanos creyentes dones espirituales. Todos quedan maravillados cuando uno es tomado por el Espíritu y empieza a alabar a Dios con palabras que nadie entiende. Pero sienten más la presencia de Dios cuando al­gún profeta le muestra a uno lo que pasa en su conciencia o le comunica un mensaje especial de Dios para él.

Pablo interviene de dos maneras. Primero, para poner or­den. Los paganos perdían el control de sí mismos en la exal­tación frenética de sus fiestas, mientras que el Espíritu San­to lo hace a, uno más responsable. Cuando algún exaltado llegaba a decir cosas que no tenían sentido o eran escan­dalosas, era la prueba de que ya no estaba inspirado.

Pablo recuerda que los dones del Espíritu (a veces los lla­mamos: carismas), revisten varios aspectos. Son dones, lo que más se nota en poderes como el de los milagros. Pero también son ministerios, o sea servicios, como es evidente para las funciones de mando en la comunidad. Y también son obras, en el sentido de que no debe el hombre lucirse con éstos, sino manifestarse el obrar de Dios.

Si solamente se dijera que todos estos servicios proceden de Cristo, uno podría pensar que lo más importante en la Iglesia es la autoridad de los que mandan en nombre de Cristo. Pero también se relacionan con el Espíritu Santo. El Espiritu sopla donde quiere y multiplica entre los simples creyentes dones e iniciativas que renuevan la Iglesia y que los responsables deben tener en cuenta.

Los reparte a cada uno como quiere. (v.11). El Espíritu da lo que necesita la Iglesia en tal lugar y en tal momento. Por eso, a través de este texto, vemos cuáles eran las inquie­tudes de la Iglesia en ese tiempo, muy distintas a las nuestras.

El Espíritu lleva ahora a la Iglesia a preocuparse más por la construcción de un mundo justo. Los mejores creyentes tienen dones espirituales, que sin mostrarse en forma mila­grosa, se ejercen por una vida fecunda y ejemplar.

En los primeros tiempos, al contrario, los recién conver­tidos descubran maravillados que Dios estaba en medio de ellos. Mediante los dones de profecía, de sabiduría, de en­señanza, la Iglesia descubra poco a poco ras inumerables consecuencias de la muerte y resurrección de Cristo.

Un solo Espíritu..., un solo Señor..., un solo Dios... Dioses la fuente de los diversos dones y es además el modelo de cómo la diversidad se compagina con la unidad.

 

 

12,2     Respecto a los dones espiritua­l les, les recordaré lo siguiente:

12,3     Cuando todavía eran paganos, ustedes iban a sus ídolos mudos como gente po­seída.

12,4     Ahora les digo que no es así, con el Espíritu de Dios; ningún. inspirado puede decir: «Maldito sea Jesús,» (Y tampoco na­die puede decir: «Jesús es el Señor», sino guiado por el Espíritu Santo.)

12,5     Hay diferentes dones espirituales, pero el Espíritu es el mismo;

12,6     hay diversos mi­nisterios, pero el Señor es el mismo;

12,7     hay diversidad de obras, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos.

12,8     En cada uno el Espíritu revela su pre­sencia con un don que es también un ser­vicio.

12,9     A uno se le da hablar con sabiduría, por obra del Espíritu. Otro comunica ense­ñanzas conformes con el mismo Espíritu.

12,10 Otro recibe el don de la fe, en que actúa el Espíritu. Otro recibe el don de hacer cu­raciones, y es el mismo Espíritu.

12,11 Otro hace milagros; otro es profeta; otro recono­ce lo que viene del bueno o del mal espíri­tu; otro habla en lenguas, y otro todavía in­terpreta lo que se dijo en lenguas.

12,12 Y todo esto es obra del mismo y único Espíritu, el cual reparte a cada uno según quiere.

 

La comparación del cuerpo

 

12,13 +

Una larga comparación con el cuerpo viviente permi­te entender lo que es la Iglesia y, al mismo tiempo, nos muestra cómo tenemos que complementamos y respetar­nos unos a otros.

No hay comunidad auténtica si cada uno no participa ac­tivamente en la vida de esa comunidad, poniendo su talen­to al servicio de todos. Hasta el cristiano más humilde, o más pobre, puede tener riquezas de orden moral, artístico, etc., con que puede servir a los demás. Cuando uno se com­promete en la vida cristiana, el Espíritu despierta en él nue­vas capacidades, muchas veces inesperadas. Si sabemos demostrar más atención a las riquezas propias de cada uno, y despertarle la conciencia de su dignidad y de su respon­sabilidad, veremos brotar en la Iglesia una multitud de ini­ciativas, fruto del Espíritu.

Al fin del párrafo, Pablo indica un orden de importancia entre los diversos dones. En primer lugar, figura no lo que aparece como más milagroso, sino lo que más sirve para la construcción de la Iglesia. Por eso nombra primeramente a los apóstoles, que son no solamente los doce elegidos por Jesús, sino los que, como ellos, y aceptados por ellos, van fundando Iglesias nuevas y dirigiendo las que existen. En se­gundo lugar, vienen los profetas, que no solamente anun­cian palabras de Dios, sino que, por sus dones de fe y sa­biduría fortalecen la comunidad. Y en el último lugar están los que tienen el don de hablar en lenguas.

 

12,14 Del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros, aun siendo muchos, forman un solo cuerpo, así también Cristo.

12,15 Todos nosotros, ya seamos judíos o griegos, es­clavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un único cuerpo. Y a todos se nos ha dado a beber del único Espíritu.

12,16 El cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos.

12,17 Por eso, aun­que el pie diga: Yo no soy mano, y por eso no soy del cuerpo, no por esto deja de ser del cuerpo.

12,18 Asimismo, aunque la oreja diga: Ya que no soy ojo, no soy del cuerpo, no por eso deja de ser del cuerpo.

12,19 Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿cómo po­dríamos oír? Y si todo el cuerpo fuera oído, ¿cómo podríamos oler?

12,20 Pero Dios ha puesto cada parte del cuerpo como ha que­rido.

12,21 Si todos fueran la misma parte, ¿dónde estaría el cuerpo?

12,22 Pero hay mu­chos miembros y un solo cuerpo.

12,23 El ojo no puede decir a la mano: No te necesito. Ni tampoco la cabeza puede decir a los pies: no los necesito.

12,24 Más aún, miren cómo las partes del cuerpo que parecen más débiles son las más necesarias.

12,25 Y las partes que menos estimamos las vestimos con más cuidado, y las menos presentables las tratamos con más modestia,

12,26 lo que no se necesita con las otras que son más decorosas. Dios dis­puso el cuerpo, dando más honor al que le faltaba

12,27 para que no haya divisiones den­tro del cuerpo, sino que más bien cada uno de los miembros se preocupe de los de­más.

12,28 Cuando uno sufre, todos los demás sufren con él, y cuando recibe honor, todos se alegran con él.

12,29 Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno en particular es miembro de él.

12,30 Así, pues, Dios nos ha establecido en su Iglesia. En primer lugar, los apóstoles, en segundo lugar los profetas, en tercer lu­gar los maestros. Después vienen los mila­gros, después el don de curación, la asis­tencia material, la administración en la Igle­sia y el don de lenguas.

12,31 ¿Acaso son todos apóstoles? ¿Son to­dos profetas? ¿Son todos maestros? ¿Pue­den todos obrar milagros,

12,32 o curar a los enfermos, o hablar en lenguas, o explicar lo que se dijo en lenguas?

12,33 Ustedes, sin em­bargo, aspiren a los dones más preciosos.

Pero les voy a mostrar un camino mu­cho mejor.

 

Nada más perfecto que el amor

 

13,1     +

Les voy a mostrar un camino mucho mejor (12,31). A los corintios, que se maravillan ante las cosas espectacu­lares y extraordinarias que obra el Espíritu Santo, Pablo les dice que lo único que cuenta es la capacidad de amar.

¿Amor o caridad? Al comienzo, las dos palabras decían exactamente lo mismo. Pero, con el correr del tiempo, «ca­ridad» llegó a designar, muchas veces, la ayuda que se da a alguien en forma de limosna, olvidando que eso solo no es el amor verdadero. Por otra parte, la palabra «amor» ha llegado a designar para muchos el cariño entre un hombre y una mujer. Lo importante no es hablar de caridad o de amor, sino decir en qué consiste. Es lo que Pablo hace en este texto.

Si yo hablara, si yo tuviera... El amor es más importante que hacer milagros, más importante que hacer mucho por' los demás o sacrificarse por una causa, lo que a veces se puede sin amor.

El amor nunca pasará. Es la única cosa que llevaremos de aquí, cuando pasemos a mejor vida. Sobre lo único que nos va a interrogar Cristo, cuando llegue el momento de juz­gamos, será sobre el amor en nuestra vida.

Cuando yo era niño... Esta comparación nos dice que nuestra vida de fe es solamente la preparación de lo que se­remos en el cielo. El cielo es conocer a' Dios cara a cara. Entonces, todo lo que ahora tenemos desaparecerá. Sólo quedará el amor. En la medida en que amamos a Dios y al prójimo en la vida presente, en esa misma medida compar­tiremos, en la resurrección, la Gloria de Dios, conocido cara a cara.

La fe, la esperanza, él amor. Muchas veces Pablo junta las tres «virtudes», o sea, tos tres movimientos del alma cristia­na. En ninguna parte lo hace más claramente que aquí. No hay amor auténtico sin fe y sin esperanza.

El mayor de los tres es el amor. A veces se aprovecha esta declaración de Pablo para desvirtuar lo especifico de la vida cristiana. Pues se dice: «Hago el bien a mi prójimo, ¿qué más me pueden pedir?» Pero sería fácil mostrar que este amor nuestro es, en realidad bien poca cosa, limitado, ­bil y muy impuro. Bien es cierto que el amor es lo más irn­portante, pero se trata del amor que llegará a su perfección cuando accedamos a la presencia de Dios: Lo veremos tal como es. Mientras no veamos a Dios, el amor no alcanza su plenitud, de manera que ése es el tiempo en que debe crecer gracias a la fe en Cristo, único Señor y Maestro; gra­cias también a la esperanza y perseverancia en medio de las pruebas.

 

13,2     Si yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, y me faltara el amor, no sería más que bron­ce que resuena y campana que toca.

13,3     Si yo tuviera el don de profecía, conociendo las cosas secretas con toda clase de cono­1 cimientos, y tuviera tanta fe como para trasladar los montes, pero me faltara el amor, nada soy.

13,4     Si reparto todo lo que poseo a los pobres y si entrego hasta mi propio cuerpo, pero no- por amor, sino para recibir alabanzas, de nada me sirve.

13,5     El amor es paciente, servicial y sin en­vidia. No quiere aparentar ni se hace el im­portante.

13,6     No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdo­na.

13,7     Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad.

13,8     El amor dis­culpa todo; todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta.

13,9     El amor nunca pasará. Pasarán las pro­fecías, callarán las lenguas y se perderá el conocimiento.

13,10 Porque el conocimiento, igual que las profecías, no son cosas aca­badas.

13,11 Y, cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá.

13,12 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba y razo­naba como niño; pero, cuando ya fui hom­bre, dejé atrás las cosas del niño.

13,13 Del mismo modo, al presente, vemos como en un mal espejo y en forma confu­sa, pero entonces será cara a cara.

13,14 Aho­ra solamente conozco en parte, pero enton­ces le conoceré a él como él me conoce a mí. Ahora tenemos la fe, la esperanza y el amor, los tres. Pero el mayor de los tres es el amor.

 

Cómo usar los dones espirituales

 

14,1     +

Parece que las reuniones que tenían en Corinto eran muy desordenadas. No se pedía la palabra, sino que habla­ban varios al mismo tiempo, y en esto sobresalían las mu­jeres. Por eso, Pablo las invita a callarse. Los que tenían do­nes espectaculares se creían superiores a los demás y ni si­quiera respetaban el orden más elemental.

Algunos tenían tantas ganas de pasar por creyentes ins­pirados, que decían y hacían cosas extrañas, e incluso a ve­ces vergonzosas.

Pablo, al poner orden, le da el primer lugar a aquello que más sirve para edificar la Iglesia. El compara la Iglesia, o sea, la comunidad, con un edificio. La estamos edificando si actuamos de manera que los demás sean mejores y más unidos.

Los espíritus de los profetas obedecen muy bien a los pro­fetas. Siempre se mezcla lo que viene del hombre y lo que viene del Espíritu. Los que piensan ser inspirados, deben te­ner gran cuidado de no mezclar sus propias ideas y convic­ciones con lo que viene del Espíritu. Ninguna inspiración áu­toriza a negar la obediencia.

Proclamará que Dios está en medio de ustedes. Lo que más puede convencer y atraer a la fe es el testimonio no de un cristiano aislado, sino de varios. Las comunidades cris­tianas que crecen y que evangelizan, no son las que tienen un líder excepcional, sino aquellas en las cuales cada uno participa en las acciones que se decidieron juntos, y puede desarrollar plenamente los dones que recibió.

Por varias razones, cabe pensar que los vv. 34-35 no son de Pablo, sino que fueron añadidos posteriormente por un desconocido.

 

14,2     Procuren el amor y aspiren a los dones espirituales, especialmente al don de profecía.

14,3     El que habla en len­guas, no habla a los hombres, sino a Dios, pues nadie le entiende: un espíritu le hace decir cosas incomprensibles.

14,4     En cambio, el profeta se dirige a las personas para dar­les firmeza, aliento y consuelo.

14,5     El que ha hablado en lenguas se siente confortado; el profeta, en cambio, fortalece la Iglesia.

14,6     ¡Ojalá que todos ustedes hablaran en lenguas!, pero sería mucho mejor que fue­ran todos profetas. El profeta aventaja al que habla en lenguas, a no ser que alguno pueda explicar a los demás lo que dijo, a fin de que todos saquen provecho.

14,7     Miren, hermanos, si yo les voy a visitar y les hablo en lenguas, ¿de qué les sirve si no les en­trego revelaciones, conocimientos, prole­cías, instrucción?

14,8     Instrumentos como la flauta o el arpa, cuando dan un sonido sin notas distintas, nadie reconocerá la melodía.

14,9     Y en la guerra, si la trompeta no da un toque claro, ¿quién se alistará para la batalla?

14,10 Lo mismo ustedes cuando hablan. Si son palabras que no se entienden, ¿quién sabrá lo que querían decir?

14,11 Estarán ha­blando al viento. Hay muchos idiomas en el mundo, y ciertamente todos tienen sentido.

14,12 Pero si uno me habla en un idioma que no entiendo, seré como extranjero para esa persona, como ella también lo será para mí.

14,13 Si ustedes ambicionan los dones espiri­tuales, estén preocupados primeramente por edificar la Iglesia, y recibirán abundan­temente.

14,14 Por esa misma razón, el que ha­bla en lenguas debe pedir a Dios el poder explicar lo que dijo.

14,15 Si estoy orando en lenguas, mi espíri­tu reza, pero mi entendimiento queda ocio­so.

14,16 ¿Qué haré, pues? Rezaré con el espí­ritu, pero también con el entendimiento.Cantaré con el espíritu, pero también con el entendimiento.

14,17 Si sólo con el espíritu alabas a Dios, ¿cómo la persona sencilla y no preparada podrá decir: amén a tu ac­ción de gracias?, pues no ha entendido.

14,18 Tu acción de gracias ha sido muy boni­ta, pero a él no le dejó nada.

14,19 Doy gracias a Dios porque hablo en lenguas más que todos ustedes;

14,20 pero, cuando estoy en la asamblea, prefiero de­cir cinco palabras mías que se entiendan y enseñen a los demás, antes que hablar diez mil palabras en lenguas.

14,21 Hermanos, no se queden como niños en su modo de pensar. En el camino del mal, sí, sean como niños, pero adultos en su manera de pensar.

14,22 En la Ley Dios dice: Hablaré a este pueblo por medio de hombres de otros idiomas y por boca de extranjeros; pero ni así me escucharán.

14,23 Entiendan, pues, que el hablar en lenguas es una señal destina­da a aquellos que se niegan a creer, y no a los creyentes, mientras que la profecía es señal para los creyentes y no para los que se niegan a creer...

14,24 Si la Iglesia entera está reunida y todos hablan en lenguas, las personas no prepa­radas y que todavía no creen pensarán que se han vuelto locos.

14,25 Pero supongan que todos hablen como profetas y, en ese mo­mento, entra una persona que no cree o que no tiene preparación: todos lo repren­den, todos lo juzgan y revelan sus secretos más íntimos.

14,26 Y él, cayendo de rodillas; tendrá que adorar a Dios y proclamar que Dios está realmente entre ustedes.

14,27 ¿Qué conclusión sacar, hermanos? Cuando ustedes se reúnen, cada no pue­de participar con un cántico, una enseñan­za, una revelación, o hablando en lenguas, o interpretando lo que otro dijo en lenguas. Pero que todo sirva para edificar.

14,28 ¿Se ha­bla en lenguas? Que lo hagan dos o tres, cuando mucho, y por turno; y que haya al­guien para interpretar.

14,29 Si no hay quien in­terprete, mejor que se callen durante la reu­nión, y reserven su hablar en lenguas para sí mismos y para Dios.

14,30 En cuanto a los profetas, que hablen dos o tres, y que los demás profetas digan su parecer.

14,31 Y si a otro le llega una reve­lación mientras está sentado, que se calle el que hablaba.

14,32 Pues pueden profetizar todos, uno por uno, para que todos apren­dan y todos sean animados.

14,33 Los espíri­tus que hablan por los profetas obedecen muy bien a los profetas,

14,34 porque Dios no es Dios de desorden, sino de paz.

14,35 (Que las mujeres se callen en las asambleas, como se hace en todas las Igle­sias de los santos. No les está permitido tomar la palabra; que sean más bien obedien­tes, tal como lo dice la misma Ley.

14,36 Si quieren instruirse en algún punto, que con­sulten en casa a su propio marido. Pero no conviene que una mujer hable en una asamblea.)

14,37 ¿Será que la palabra de Dios salió de ustedes, o que les llegó a ustedes solos?

14,38 Si alguno cree ser profeta u hombre espiritual, reconozca que lo que les es­cribo es mandato del Señor.

14,39 Si no lo re­conoce, tampoco Dios lo reconoce a él.

14,40 Así, pues, hermanos, aspiren al don de la profecía y no impidan que se hable en lenguas.

14,41 Pero que todo se haga en for­ma decente y ordenada.

 

Es cierto que Cristo resucitó

 

15,1     +

Les recuerdo la Buena Nueva. Les recuerdo el acon­tecimiento único que hace feliz a la humanidad: un hombre ha resucitado y nos resucitará a nosotros. Este es el cora­zón del mensaje cristiano.

Les transmití en primer lugar... (v, 3). No se trata de un cuento, una novela, sino de un hecho. La resurrección de Jesús es un hecho del que son testigos los apóstoles. Y Pa­blo recuerda varias manifestaciones de Jesús. Lo que más nos impresiona es el recuerdo de los quinientos que lo vie­ron en una ocasión (esta carta fue escrita veinticinco años después del acontecimiento).

¿Cómo dicen algunos de ustedes que los muertos no re­sucitan? En Corinto, vanos pensaban que, después de la muerte, el alma inmortal sale del cuerpo y sigue viviendo sola, olvidando su pasado, y abandonando la materia y el cuerpo, reputados instrumentos del mal. Otros pensaban que todo termina con la muerte y que es mejor conformar­se con el, momento presente.

 

15,2     Hermanos, les recuerdo la Bue­na Nueva que les prediqué, que ustedes recibieron y en la que perseveran firmes.

15,3     Por ese Evangelio ustedes se sal­van, con tal que lo guarden tal como yo se lo prediqué. De otro modo, habrían creído en vano.

15,4     En primer lugar les he transmitido la enseñanza que yo mismo recibí, a saber: que Cristo murió por nuestros pecados, tal como lo dicen, las Escrituras;

15,5     que fue se­pultado; que resucitó al tercer día como lo dicen también las Escrituras;

15,6     que se apa­reció a Pedro y luego a los Doce.

15,7     Después se hizo presente a más de quinientos her­manos de una vez; la mayoría de ellos vi­ven todavía y algunos ya entraron en el des­canso.

15,8     En seguida se hizo presente a San­tiago y, luego, a todos los apóstoles.

15,9     Y, después de todos, se me presentó también a mí, el que de ellos nació como un aborto.

15,10 Pues yo soy el último de los apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios.

15,11 Sin embargo, por la gracia de Dios soy lo que soy y su bondad para conmigo no fue inú­til. Lejos de eso, trabajé más que todos ellos, pero no yo, sino que la gracia de Dios conmigo,

15,12 Con todo, tanto yo como ellos predicamos este mensaje, y esto es lo que ustedes han creído.

15,13 Pues bien, si se predica que Cristo re­sucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes dicen que los muertos no resu­citan?

15,14 Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó.

15,15 Pero, si Cristo no fue resucitado, nuestra predica­ción ya, no contiene nada ni queda nada de lo que creen ustedes.

15,16 Y se sigue, además, que nosotros so­mos falsos testigos de Dios, puesto que he­mos afirmado de parte de Dios que resuci­tó a Cristo, siendo que no lo resucitó, si es cierto que los muertos no resucitan.

15,17 Por­que si los muertos no resucitan, tampoco resucitó Cristo.

15,18 Y Si Cristo no resucitó, us­tedes no pueden esperar nada de su fe y si­guen con sus pecados.

15,19 Y también los que entraron en el descanso junto a Cristo están perdidos.

15,20 Si sólo para esta vida es­peramos en Cristo, somos los más infelices de todos los hombres.

 

Cristo nos abrió el camino

 

15,21 +

Todos mueren por ser de Adán (v. 22). Ver el comen­taso de Rom 5,12 sobre Adán y Cristo. Del pecado viene ta muerte tal como la conocemos, es decir, como algo que contradice a la vocación del hombre hijo de Dios. Separa a los que se aman, pone fin a la actividad de un genio, se lle­va a un joven lleno de esperanza. Si el pecado no hubiera ocurrido, tal vez la muerte habría existido, pero no como ahora, que es cruel y violenta, sino como algo que se de­sea, cual es ir contento y feliz al encuentro con nuestro Padre.

Cristo, el primero de los que duermen (v. 20). Pablo, como Cristo y tomó los creyentes de los primeros tiempos del cris­tianismo, prefiere decir «dormir» en vez de «haber muerto­», porque, usando esa palabra, expresa mejor la espera de la resurrección.

El último enemigo destruido será la muerte (v.26). El triunfo de la humanidad va mucho más allá de la paz uni­versal y de la justicia por fin lograda entre los hombres. Dios será todo en todos y el hombre entrará, con Cristo, en su gloria, es decir, será transformado, recibiendo todo lo que Dios le puede dar, y que es mucho más de lo que nunca se pudo imaginar o esperar.

¿Qué ganarían los que se hacen bautizar por los muer­tos? (29). A lo mejor, algunos de los creyentes se preocupaban por la salvación de sus padres y se hacían bautizar­en nombre de ellos. Pablo no da su opinión sobre esta prác­tica. Solamente la aprovecha para argumentar en favor de la resurrección.

 

15,22 Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos. El, es el primero y tomó las primicias de los que duermen.

15,23 Un hombre trajo la muerte; un hombre también trae la resurrección de los muertos.

15,24 Todos­ mueren por ser de Adán, y todos también recibirán la vida por ser de Cristo.

15,25 Pero a cada cual su turno: en un primer tiempo, Cristo; luego, el pueblo de Cristo, cuando él los visite.

15,26 Luego vendrá el fin, cuando Cristo en­tregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido toda grandeza, dominio y poderío enemigos.

15,27 Porque él tiene que de reinar hasta que haya puesto bajo sus pies a todos sus enemigos.

15,28 El último enemi­go destruido será la muerte;

15,29 según dice la Escritura: Dios ha sometido todo bajo sus pies.

Pero, cuando se dice que todo le está so­metido, se excluye, por supuesto, a Aquel que le somete todas las cosas.

15,30 Y cuando todo le esté sometido, el Hijo mismo se so­meterá a Aquel que le sometió todas las co­sas, y en adelante será Dios todo en todos.

15,31 Si no fuera así, ¿qué ganarían los que se hacen bautizar por los muertos? Si los muertos no resucitan en absoluto, ¿por qué entonces se hacen bautizar por ellos?

15,32 Y nosotros mismos, ¿para qué nos expone­mos constantemente a los peligros?

15,33 Cada día estoy en peligro de muerte. Sí, hermanos, lo digo ante ustedes que son mi gloria en Cristo Jesús nuestro Señor.

15,34 Si por motivos humanos luché en Efeso contra las bestias, ¿de qué me sirve? Si los muertos no resucitan, comamos y beba­mos, que mañana moriremos.

15,35 No se dejen engañar: las malas suge­rencias corrompen las buenas costumbres.

15,36 ¡Despierten de una vez, y no pequen! Porque varios de ustedes lucen su ignoran­cia de Dios: se lo digo para su vergüenza. ¿Con qué cuerpo vamos a resucitar?

15,37 +

¿Cómo resucitan los muertos? (v. 35). Nos cuesta ima­ginarlo. ¿Dónde estarán? ¿Por qué vamos a tener un cuerpo si hemos de vivir «como los ángeles» (Mc 12,25)?

Lo que siembras no es el cuerpo de la futura planta. Je­sús había hablado del grano que se siembra (Jn 12,24). Con este ejemplo, destruía las ideas primitivas que tal vez guar­dan algunos todavía; los ángeles vendrían a recoger el pol­vo de los muertos, los cadáveres saldrían de sus tumbas.... En realidad, nuestro cuerpo actual es el grano, y el cuerpo resucitado, tal como la espiga, no será una recomposición del cuerpo actual.

Un cuerpo espiritual (v.44). La resurrección es algo que viene desde adentro, algo como una transfiguración. Cada uno tendrá el cuerpo que ha merecido, el cuerpo que ex­presa mejor lo que es ante Dios. Y porque esperamos una tal transfiguración de nuestra persona, desde ahora procu­ramos transfigurar nuestra vida.

La otra vida será en cierta manera una continuación de la presente, así como del grano de trigo sale una espiga de trigo. Se encontrará el mismo hombre, con toda su perso­nalidad, marcado por sus actos pasados, por todo lo que lo hizo madurar (no sin razón Cristo resucitado quiso mostrar en su cuerpo glorioso las llagas de su Pasión). Y porque el hombre no se hizo solo, sino unido y relacionado con los demás hombres, nos encontraremos unidos en forma es­pecial a los que más amamos en esta tierra y que más nos ayudaron a crecer.

No toda carne es igual (v. 39). Pablo recuerda que la mis­ma palabra dice a veces cosas muy diferentes, pero que tie­nen alguna semejanza. Así, por ejemplo: «luz» se usa para designar el brillo tan diferente del sol, de la luna, de las es­trellas, cada una con su color propio. En la época de Pablo, «cuerpo» se usaba para muchas cosas, aun para designar el sol y las estrellas, llamados «cuerpos celestiales». Así tam­bién, cuando se habla de resucitar «con su cuerpo» no será la misma forma ni la misma vida, pero será, sin embargo, nuestra misma persona.

No moriremos todos. Pablo piensa que Cristo va a volver pronto. Basado en esta suposición, dice que, aun los que es­tén vivos cuando vuelva Cristo, tendrán que ser transforma­dos. Así subraya queda resurrección no es simplemente un volver a vivir, como le ocurrió, por ejemplo, a Lázaro.

El hombre terrenal... el hombre celestial (45-49). Todo hombre ahora tiene doble herencia: es solidario de la hu­manidad por su naturaleza, y miembro de la comunidad de vida que se teje en torno a Cristo resucitado.

 

15,38 Pero algunos dirán: ¿Cómo resucitan los muertos?, ¿con qué tipo de cuerpo salen?

15,39 ¡Necio! Lo que tú siembras; no revive si no muere.

15,40 Y lo que tú siembras no es el cuerpo de la futura planta, sino un puro grano, por ejemplo de trigo, o de semilla cualquiera,

15,41 y Dios le da el cuerpo que le corresponde, según lo dispuesto para cada semilla.

15,42 y si hablamos de carne, no es igual la carne de todos; una es la carne del hom­bre, otra la de los animales, otra la de las aves o de los peces.

15,43 Lo mismo hay «cuerpos celestes», como hay «cuerpos terrenales». Pero los cuerpos celestes tie­nen otro resplandor que los terrenales

15,44 y además el brillo del sol es diferente al de la luna y al de las estrellas. Una misma estre­lla se diferencia de otra por el brillo.

15,45 Del mismo modo pasa con la re­surrección de los muertos. Al sembrarse es un cuerpo que se pudre; al resucitar será tal que no pueda morir.

15,46 Al sembrarse es cosa despreciable; al resucitar será glorio­so. Lo sembraron impotente, pero resucita­rá lleno de vigor.

15,47 Se siembra un cuerpo animal, y resucita espiritual. Pues habrá un cuerpo espiritual lo mismo que hay al pre­sente cuerpos animales.

15,48 La Escritura dice: Adán, el primer hombre, fue hecho ser animado con vida; pero el otro Adán, que viene después, es ser espiritual que da vida.

15,49 No aparece pri­mero lo espiritual, sino lo animal, y sola­mente después lo espiritual.

15,50 El primer hombre es sacado de la tierra y es terrenal, mientras que el segundo viene del Cielo.

15,51 Adán, por ser terrenal, es modelo de los terrenales; Cristo, que viene del Cielo, es modelo de los celestiales.

15,52 Y así como nos parecemos ahora al hombre terrenal, tam­bién llevaremos la semejanza del hombre celestial. El día de la resurrección

15,53 Esto digo yo, hermanos: la carne y la sangre no heredarán el Reino de Dios, o, con otras palabras: todo eso del hombre que es para descomponerse no pasará sin más a la existencia incorruptible.

15,54 Yo quie­ro enseñarles este misterio: aunque no to­dos muramos, todos tendremos que ser transformados,

15,55 en un instante, cuando toque la trompeta. (Ustedes han oído de la Trompeta que anuncia el Fin.) Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, los muertos se le­vantarán, hechos incorruptibles, mientras que nosotros seremos transformados.

15,56 Porque es necesario que nuestro ser mortal y, corruptible, se revista de la vida que no sabe de muerte ni de corrupción.

15,57 Y, cuando nuestro ser mortal revista la in­mortalidad, y nuestro ser corruptible revista la existencia incorruptible, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido destruida en esta victoria.

15,58 Muerte, ¿dónde está ahora tu triunfo? ¿dónde está, muerte, tu aguijón?

15,59 La muerte se valía del pecado para in­yectar su veneno y la misma Ley reforzaba al pecado.

15,60 Por eso, demos gracias a Dios, que nos da la victoria por Cristo Je­sús, nuestro Señor.

15,61 Así, pues, hermanos míos muy ama­dos, sigan firmes y no se dejen impresio­nar. Progresen siempre en la obra del Se­ñor, sabiendo que con él nuestras penas no son en vano.

 

Recomendaciones

 

16,1     +

Respecto de esta colecta, ver Rom 15,25 y 2 Cor 8-9. El día domingo, o primer día de la semana: ver en He 20,7: ya en estos comienzos la Iglesia de los Apóstoles había reemplazado el sábado de Moisés y de los judíos por el do­mingo, día de Cristo resucitado.

Se puede comprobar que los cristianos de Corinto son una verdadera Iglesia, pues, a pesar de sus defectos, ésta es una comunidad donde todos son miembros activos y que saben arreglar juntos los asuntos de su vida «en Cristo».

 

16,2     En cuanto a la colecta a favor de los santos, sigan ustedes tam­bién las reglas que di a las Iglesias de Ga­lacia.

16,3     Cada domingo, todos ustedes guar­den lo que hayan podido ahorrar, de modo que no esperen mi llegada para recoger las limosnas.

16,4     Una vez que esté entre ustedes, elegirán a personas que yo pueda enviar a Jerusalén con cartas de recomendación para llevar sus limosnas.

16,5     Y si vale la pena que yo también vaya, ellos harán el viaje conmigo.

16,6     Iré donde ustedes, después de atrave­sar Macedonia, porque por allá no haré más que pasar.

16,7     A lo mejor me quedo entre us­tedes algún tiempo, y aun paso ahí el in­vierno para que ustedes mismos me enca­minen hasta el lugar donde tengo que ir.

16,8     Porque esta vez no quiero verlos de pasa­da, sino que deseo ardientemente quedar­me algún tiempo con ustedes, si el Señor lo permite.

16,9     De todos modos, permanece­ré en Efeso hasta Pentecostés,

16,10 ya que se me abre una puerta muy grande y con mu­chas esperanzas, aun cuando los enemigos son numerosos.

16,11 Si llega Timoteo, traten que no se en­cuentre incómodo entre ustedes. Piensen que él trabaja como yo en la obra del Se­ñor.

16,12 Que nadie, pues, lo desprecie y que pueda volver contento a mí: los hermanos y yo lo esperamos.

16,13 En cuanto a nuestro hermano Apolo, he insistido mucho en que vaya donde us­tedes con los hermanos, pero se negó for­malmente a hacerlo por ahora; irá cuando tenga oportunidad.

16,14 Estén despiertos, permanezcan firmes en la fe, sean hombres, sean fuertes.

16,15 Que todo lo hagan con amor.

16,16 Hermanos, una recomendación más. Ustedes saben que Estefanás y los suyos son los primeros que se convirtieron en Acaya y que espontáneamente se pusieron al servicio de los creyentes.

16,17 Por su parte, acepten ustedes la dirección de tales per­sonas, como de todo el que trabaje y se afa­ne con ellos.

16,18 Estoy feliz por la visita de Estefanás, de Fortunato y de Acaico, que suplieron la au­sencia de todos ustedes.

16,19 En realidad, ellos tranquilizaron mi espíritu y el de uste­des. Por eso sepan apreciar a hombres ta­les como ellos.

16,20 Los saludan las Iglesias de Asia. Aquílas y Prisca los saludan en el Señor, lo mis­mo que la Iglesia que se reúne en casa de ellos.

16,21 Los saludan todos los hermanos. Salúdense unos a otros con un beso santo­

16,22 El saludo es de mi puño y letra, Pablo.

16,23 ¡Maldito sea el que no ama al Señor! El Señor viene.

16,24 La gracia del Señor Jesús permanez­ca con ustedes.

16,25 Los amo a todos en Cristo Jesús.

 

 

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