miércoles, 21 de abril de 2010

2cor


   

 

 

Sagrada Biblia

2ª Carta a los Corintios

Anónimo

 


 

 

 

2 Carta a los Corintios+

INTRODUCCION

Al terminar la primera carta a los corintios, Pablo expresaba el deseo de volver pronto a visitarlos. No lo pudo hacer, lo que ellos interpretaron muy mal.

Predicadores «judaizantes», es decir, de esos judíos mal convertidos a Cristo que Pablo enfrentaba a cada momento, trataban de arruinar su autoridad. Pablo, entonces, envió un mensajero que fue ofen­dido gravemente: algunos de la comunidad se rebelaban abiertamente contra el apóstol. Pablo respon­dió por una carta «escrita entre lágrimas» (2,4), en la que exigía la sumisión de la comunidad. Tito, el más capaz de los ayudantes de Pablo, llevó la carta y su misión concluyó exitosamente. Cuando volvió, Pablo, ya tranquilizado, mandó la presente carta, «segunda» (en realidad, tercera o cuarta) carta a los corintios.

¿Qué contiene esta carta? Lo que siente Pablo respecto a los corintios y lo que sufre con su incom­prensión. Es poco y es mucho. Pablo no puede hablar de sí sin hablar de Cristo. Este hombre inquieto, ávido de comprensión y de cariño, está tan compenetrado del amor de Cristo, que no puede expresar un recelo, un reproche, sin llegar a los discursos más profundos de la fe. Al tratar de justificarse, es­cribe las páginas más hermosas sobre la evangelización y sobre lo que significa ser apóstol de Cristo.

 

 

 

1,1        Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y el hermano Timo­teo, a la Iglesia de Dios establecida en Co­rinto, y a todos los santos que viven en toda Acaya.

1,2        Reciban gracia y paz de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús el Señor.

 

¡Bendito sea Dios, del que viene todo consuelo!

 

1,3        +

Desde el comienzo, Pablo describe para los corintios, algo aburguesados, su propia situación de apóstol de Cristo errante, perseguido, enfermo. Mientras ellos se sienten or­gullosos de su comunidad numerosa y buscan predicado­res brillantes (como se verá a continuación), él comparte la pasión de Cristo. Pablo les da a entender que ellos también conocerán el verdadero consuelo de Dios cuando les toque sufrir por él.

Muchas veces se encontrará la palabra «consuelo» en la presente carta. No se trata de que Dios enseñe la resigna­ción, el consuelo de Dios significa más bien que se hace sentir presente a su militante. En el momento más crítico le llega una buena noticia inesperada (ver 7,6) o bien Dios lo conforta interiormente sanando de repente toda inquietud y amargura. Dios no quita las pruebas, sino que da a experi­mentar su fuerza y su amor con los cuales conforta al apóstol.

 

1,4        ¡Bendito sea Dios, Padre de Cristo Je­sús nuestro Señor!, el Padre siempre mise­ricordioso, el Dios del que viene todo con­suelo,

1,5        el que nos conforta en todas nues­tras pruebas por las que ahora pasamos; de ­manera que nosotros también podamos confortar a los que están en cualquier prue­ba, comunicándoles el mismo consuelo que nos comunica Dios a nosotros.

1,6        En el momento en que nos toca pade­cer los sufrimientos de Cristo con tal inten­sidad, de Cristo también nos viene un con­suelo muy grande.

1,7        Nuestras angustias les traen a ustedes consuelo y salvación, y nuestro consuelo también les trae consue­lo en el momento en que soportan pacien­temente los mismos sufrimientos que pa­decemos nosotros.

1,8        Nuestra esperanza es muy segura res­pecto a ustedes, pues si comparten nues­tro sufrimientos tendrán también parte en nuestro consuelo.

1,9        Hermanos, deseamos que sepan algo de lo que nos tocó padecer en Asia. Real­mente fue tanto el peso de nuestros pade­cimientos, que habíamos ya perdido toda esperanza de salir con vida.

1,10     Nos sentía­mos como condenados a muerte: ya no po­díamos confiar en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos.

1,11     El nos libró de tan gran peligro de muerte y se­guirá protegiéndonos. Confiamos en que seguirá amparándonos,

1,12     si ustedes nos ayudan crin sus oraciones. Este favor con­seguido por la intercesión de numerosas personas, hará que muchos también le den gracias por nosotros.

 

Los proyectos de Pablo

 

1,13     +

Los corintios han tomado en mala parte el que Pablo haya aplazado una visita que les prometió. Este, entonces, insiste en que sus planes y proyectos no son caprichosos. El es un hombre del Espíritu. No toma sus decisiones por sí solo como lo hacen tantas personas. Porque se entregó totalmente a la influencia de Cristo, madura sus decisiones bajo la luz del Espíritu. No caben entonces en él vueltas atrás y decisiones precipitadas.

Todas las promesas de Dios han.pasado a ser «sí» en él (v.20). Al enviamos a su Hijo, Dios ha cumplido sus prome­sas. Pero también Cristo no hizo otra cosa sino llevar a efec­to lo que deseaba su Padre. Así, pues, Cristo es un sí con­sentido al plan del Padre. Pablo saca de ahí la consecuencia para el cristiano. En el bautismo pronunciamos el primer sí a Cristo. En cada Eucaristía repetimos una vez más ese mis­mo sí. El «amén» que decimos en las oraciones, quiere de­cir sí. Lo contrario de esto es el pecado, que equivale a de­cir no a Cristo.

En una primera comunicación... (22). Pablo dice en for­ma precisa: nos dio el anticipo del Espíritu. Ver com de Ef 1,14.

1,14     Nuestro título de gloria es el siguien­te: nuestra conciencia nos dice que nos he­mos portado en este mundo con santidad y sinceridad de Dios. No son razones hu­manas las que nos guían, sino la gracia de Dios, especialmente para con ustedes.

1,15     En nuestra carta no había segundas in­tenciones; solamente lo que ustedes han leído y entendido.

1,16     Confío que lo com­prenderán perfectamente, como ya empie­zan a darse cuenta que deben sentirse or­gullosos de nosotros, como también noso­tros nos sentiremos orgullosos de ustedes en el día del Señor Jesús.

1,17     Confiado en esto, quise ir primero a vi­sitarlos, y esto habría sido para ustedes una segunda gracia.

1,18     De allí pensaba pasar a Macedonia, y de Macedonia volver a uste­des, qué me habrían ayudado a seguir mi viaje a Judea.

1,19     ¿Me hice este proyecto sin reflexionar?, ¿o bien mis decisiones cam­bian según el humor del momento, de ma­nera que haya siempre en mí un no al lado de un si?

1,20     Dios sabe que respecto de ustedes nuestro proceder no es y no.

1,21     Lo mis­mo que el Hijo de Dios, Cristo Jesús, al que les predicamos tanto yo como Silvano y Ti­moteo, no se presentó con y no, sino que su persona fue un puro sí:

1,22     en él todas las promesas de Dios han pasado a ser un sí, por eso precisamente decimos en su nom­bre: ¡Amén! para dar gracias a Dios.

1,23     Este es el que nos fortalece junto con ustedes en Cristo, y el que nos ha ungido;

1,24     y nos ha marcado interiormente con su propio sello en una primera comunicación del Espíritu.

 

Pablo alude a un escándalo que hubo

 

1,25     +

Pablo recuerda aquí los antecedentes de la presente carta, de los que hablamos en la introducción. Aludirnos a esa anterior carta que se conserva a lo mejor en los capítu­los 10-13 de la presente «Segunda carta». No pretendo hacerme dueño (1,23): ver 10,5-6. Ojalá que cuando venga no tenga que lamentarme (2,3): ver esto en 12,21.

Les parece olor de vida, que conduce a la vida. Como Cris­to dividió a los hombres en tomo a sí mismo, así el Evan­gelio divide a los hombres. No discuten tanto el mensaje cuanto se fijan en el «olor», o sea, la manera de ser del cris­tiano. Unos están apegados a su propio interés y poco dispuestos a arriesgar; éstos se fijan en las exigencias de la vida cristiana, que les parecen muerte y sacrificio vano. Otros en cambio, sé ponen a envidiar la fuerza misteriosa que irradía del creyente en medio de sus mismas pruebas: porque entienden que ahí está la vida.

Los corintios han tomado en mala parte el que Pablo haya aplazado una visita que les prometió. Este, entonces, insiste en que sus planes y proyectos no son caprichosos. El es un hombre del Espíritu. No toma sus decisiones por sí solo como lo hacen tantas personas. Porque se entregó totalmente a la influencia de Cristo, madura sus decisiones bajo la luz del Espíritu. No caben entonces en él vueltas atrás y decisiones precipitadas.

Todas las promesas de Dios han.pasado a ser «sí» en él (v.20). Al enviamos a su Hijo, Dios ha cumplido sus prome­sas. Pero también Cristo no hizo otra cosa sino llevar a efec­to lo que deseaba su Padre. Así, pues, Cristo es un sí con­sentido al plan del Padre. Pablo saca de ahí la consecuencia para el cristiano. En el bautismo pronunciamos el primer sí a Cristo. En cada Eucaristía repetimos una vez más ese mis­mo sí. El «amén» que decimos en las oraciones, quiere de­cir sí. Lo contrario de esto es el pecado, que equivale a de­cir no a Cristo.

En una primera comunicación... (22). Pablo dice en for­ma precisa: nos dio el anticipo del Espíritu. Ver com de Ef 1,14.

¿Quién está a la altura dé esta misión? Al ver esto, el após­tol se siente muy inferior a su misión. Desearía que todos reconocieran en él la figura de Cristo y la irradiación de su amor, pero, ¡cuánto dista! El falso apóstol, por el contrario, ni siquiera piensa en esto, sino que desea ser aprobado y hace dinero de la palabra de Dios, disimulando sus exigen­cias: son apóstoles que tienen fama y a los que nadie persigue.

 

1,26     Dios lo sabe, y les juro por mi propia vida, que sólo la misericordia para con us­tedes me inspiró no volver a Corinto. Pues no pretendo hacerme dueño de ustedes y de su fe, sino contribuir a su gozo: en cuan­to a la fe, ya están firmes.

 

2,1        Preferí entonces no visitarlos, si otra vez habían de resultar tristezas.

2,2        Pues si yo los aflijo, ¿quién me hará sentir ale­gría? Solamente ustedes a quienes he afli­gido.

2,3        Es lo que les, he escrito: «Ojalá que cuando venga no tenga que lamentarme por ustedes, que más bien deberían procu­rarme alegría. Confío en todos y estoy se­guro que mi alegría es la de todos ustedes».

2,4        En efecto, les escribí tan preocupado y afligido que hasta lloraba; no quería afligir­los, sino más bien que se dieran cuenta del amor inmenso que les tengo.

2,5        Aquel que me ha causado tristeza no me la causó a mí solo, sino en cierta ma­nera -no quisiera exagerar- a todos.

2,6        A ése le basta la reprensión de la comunidad;

2,7        por eso ahora mejor lo perdonen y lo con­forten, no sea que lo desanime la excesiva pena.

2,8        Les ruego, pues, que lo traten con caridad.

2,9        En realidad, al escribirles, quería com­probar que son capaces de una obediencia total.

2,10     Al que perdonen ustedes, también le perdono yo, y lo que he perdonado, si realmente he tenido algo que perdonar, lo perdoné en atención a ustedes, en presen­cia de Cristo.

2,11     Así no se aprovechará Sa­tanás de nosotros, pues conocemos muy bien sus propósitos.

 

Somos el buen olor de Cristo

 

2,12     Entonces fue cuando llegué a Tróade para predicar el Evangelio de Cristo, y el Se­ñor me abrió las puertas.

2,13     Sin embargo, no me sentí tranquilo por no encontrar a Tito, mi hermano, de modo que me despe­dí de ellos y partí para Macedonia.

2,14     pero, gracias sean dadas a Dios, quien siempre nos lleva en el desfile victorioso de Cristo y, por nuestro oficio, difunde por to­das partes su conocimiento cual aroma es­parcido.

2,15     Somos el buen olor que de Cris­to sube hacia Dios, y lo perciben tanto los que se salvan como los que se pierden.

2,16     A algunos les parece olor de muerte, que con­duce a la muerte; a otros les parece olor que procede de la vida y que conduce a la vida.

¿Quién está a la altura de esta misión?

2,17     No somos como tantos otros que hacen dinero de la palabra de Dios. Hablamos con sinceridad, y anunciamos á Cristo de parte de Dios y en su presencia.

 

La dignidad eminente de los ministros de Cristo

 

3,1        +

Los predicadores adversarios de Pablo mostraban car­tas de recomendación dadas por alguna comunidad o al­gún apóstol. Al contrario; Pablo se vale de una autoridad per­sonal que no debe nada a nadie. Como lo expresó en varios lugares, Cristo mismo lo hizo apóstol.

Los paganos de ese tiempo rodeaban de honores y con­sideración a sus sacerdotes. También los judíos. A lo largo de la Biblia se realza el honor de enseñar la Ley de Dios y más aún el papel único de Moisés, que la recibió de Dios en el Sinaí. Sin embargo, el apóstol de Cristo es mucho más que ésos.

Mucho más grande será el ministerio que procura la san­tidad. Como Pablo lo demostró en Rom 7,1-13, enseñar so­lamente la Ley como hacían los sacerdotes judíos no es prestar gran beneficio a los hombres, ya que éstos, por ser pecadores, no la obedecen y merecen sus castigos. Al con­trario, el apóstol pone a los creyentes en comunicación de vida con Cristo y corrsu Espiritu, para que, en adelante, ellos también vivan resucitados. Los sacerdotes y ministros de la Iglesia cumplen una función muy grande con tal que sus pa­labras y gestos sirvan para resucitar a los hombres.

En los versículos 7-13, Pablo alude a las tradiciones que se leen en el libro del Exodo (Ex 34,29-35). Esos recuerdos realzaban la gloria de Moisés, pero Pablo los menciona para demostrar la superioridad de los apóstoles de Cristo. Expre­saban cómo Moisés volvía con la cara radiante del encuen­tro con Dios; pero Pablo nota que esto no duraba. Decían que Moisés debía cubrirse con un velo, tan radiante era su rostro, pero Pablo nota que, donde se pone un velo, es que Dios todavía no se comunica plenamente. Y de paso señala esta ceguera de los judíos que no reconocen a Cristo como a su selvador prometido: la Biblia es un libro cerrado hasta que Dios nos entregue su verdadero significado (ver Lc 24,27 y Apoc 5,1).

En cambio, los cristianos contemplan a cara descubierta la Gloria del Señor. El cristiano es luz de Cristo; antiguamen­te, los bautizados eran llamados «los iluminados». Cristo dio  no se enciende una lámpara y se esconde, sino que se coloca en el candelero.

Más seguros que Moisés (12). ¡Qué afirmación más atre­vida! Moisés era el fundador del pueblo judío y la máxima autoridad de la Biblia.

El Señor es el espíritu. Esto se dice dos veces en los ver­sículos 17 y 18. Pablo no está confundiendo al Señor, Cris­to, con el Espíritu Santo, sino que juega con las palabras es­píritu y Espíritu. La primera religión, la de los judíos, era ob­servancia de una ley escrita. La segunda, la de Cristo, es un espíritu, o sea, una fuerza que nos lleva a amar, una manera de ser libre; este espíritu nuevo se encuentra en Cristo. Je­sús, el Señor, no es un muerto cuya voz nos llega a través de los siglos. Resucitado, su Espíritu actúa en nosotros y nos va transformando (ver en Rom 2,29).

 

3,2        ¿Acaso estoy de nuevo recomen­dándome solo? ¿O necesito presen­tarles cartas de recomendación, como ha­cen algunos, o vengo a pedirles esas car­tas?

3,3        Son ustedes mismos nuestra carta de recomendación. La llevamos en nuestro co­razón, pero todos la pueden leer y enten­der.

3,4        Nadie podrá negar que ustedes son una carta de Cristo, de la que fuimos los instrumentos; escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no grabada en ta­blas de piedra, sino en corazones de carne.

3,5        Esta es nuestra convicción ante Dios, gracias a Cristo.

3,6        No nos atreveríamos a pensar que esa obra se deba a algún mé­rito nuestro; sabemos que nuestra capaci­dad viene de Dios.

3,7        El nos ha autorizado como encargados de una nueva alianza, que no se fundamenta ya en una Ley escri­ta, sino que es obra del Espíritu. La Ley es­crita da muerte, mientras que el Espíritu da vida.

3,8        A pesar de que la Ley grabada en pie­dras encerraba la muerte, su ministerio fue rodeado de gloria, a tal punto que los israe­litas no podían fijar su mirada en el rostro de Moisés; tal era su resplandor, aunque momentáneo.

3,9        ¡Cuánto más glorioso será el ministerio del Espíritu!

3,10     Si fue grande el ministerio que sentenciaba la condenación, ¿no lo será mucho más.todavía el que pro­cura la santidad?

3,11     Ese ministerio de la Ley, que fue glorioso hasta cierto punto, ya no lo es si nos fijamos en la gloria tan su­perior del otro.

3,12     Si un ministerio proviso­rio tuvo sus momentos de gloria, ¡cuánto más glorioso es el definitivo!

El velo de Moisés

 

3,13     ¡Qué esperanza más grande es la nuestra! Y por eso andamos muy seguros;

3,14     no hacemos como Moisés, quien se cu­bría el rostro con un velo, para que los is­raelitas no vieran apagarse un resplandor que no podía durar.

3,15     Con todo, ellos se volvieron ciegos. Hasta el día de hoy, el mismo velo queda tendido mientras leen el Antiguo Testamen­to, y solamente con Cristo será corrido.

3,16     Hasta el día de hoy, por más que lean a Moisés, el velo está tendido ante su enten­dimiento,

3,17     pero al que se vuelva al Señor se le quitará el velo.

3,18     El Señor es el espí­ritu y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad.

3,19     Por eso todos nosotros andamos con el rostro descubierto, reflejando como un espejo la Gloria del Señor, y nos vamos transformando en imagen suya más y más resplandeciente, por la acción del Señor que es espíritu.

 

Llevamos este tesoro en vasos de barro

 

4,1        +

Vale la pena subrayar algunos trazos del retrato del apóstol esbozado por Pablo:

- No nos desanimamos.

- No procedemos con astucia ni falsificamos el mensa­je de Dios.

- No somos más que siervos de ustedes.

- Que los hombres descubran en nosotros la Gloria de Dios que brilla en el rostro de Cristo.

- Nos acompaña la muerte de Jesús para que también su vida se manifieste en nosotros.

- Creemos y por eso hablamos.

Con todo llevamos este tesoro en vasos de barro (v.7). Dios acostumbra valerse para sus obras de instrumentos desproporcionados. Graham Greene se inmortalizó con su obra «El poder y la gloria», donde se ve a un sacerdote rea­lizar acciones heroicas a pesar de muchas fallas personales.

Somos entregados a la muerte (v. 11). Esta muerte del apóstol es necesaria para que su obra viva. Cuando se hizo buen trabajo en un sector de la Iglesia, tiene que venir la hora de la persecución, o de la obediencia a responsables cuya autoridad no podemos recusar, a pesar de que tal vez son injustos o están equivocados. Nada resucita que no haya muerto.

 

4,2        Ese es nuestro ministerio. Lo tene­mos por pura misericordia de Dios y, por eso, no nos desanimamos.

4,3        Repu­diamos todo lo que no se puede confesar; no procedemos con astucia ni falsificamos el mensaje de Dios: manifestando la verdad, es como merecemos ante Dios que nos apruebe cualquier conciencia humana.

4,4        Es verdad que permanece oscuro el Evangelio que proclamamos, pero sola­mente para los que se pierden.

4,5        El dios de este mundo los ha vuelto ciegos de enten­dimiento y se niegan a creer, de manera que no ven el resplandor del Evangelio glo­rioso de Cristo, que es imagen de Dios.

4,6        A ese Cristo Jesús proclamamos como Se­ñor: no nos pregonamos a nosotros mis­mos, servidores de ustedes por Jesús.

4,7        Ahora bien, Dios, que dijo: «Brille la luz en medio de las tinieblas», es el que hizo bri­llar la luz en nuestros corazones, para que irradie y dé a conocer la Gloria de Dios, como brilla en el rostro de Cristo.

4,8        Con todo, llevamos este tesoro en va­sos de barro para que esta fuerza soberana parezca cosa de Dios y no nuestra.

4,9        Nos vienen pruebas de toda clase, pero no nos desanimamos. Andamos con graves preocupaciones, pero no desesperados;

4,10     perse­guidos, pero no abandonados; derribados, pero no aplastados.

4,11     Por todas partes lle­vamos en nuestra persona la muerte de Je­sús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra persona.

4,12     Pues, a los que vivimos, nos corresponde ser entre­gados a la muerte a cada momento por causa de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestra existencia mortal.

4,13     Y, mientras obra la muerte en nosotros, a ustedes les llega la vida.

4,14     Tenemos el mismo don espiritual de fe por el que uno escribió: Creí y por eso ha­blé. También nosotros creemos, y por eso hablamos.

4,15     Sabemos que Aquel que re­sucitó al Señor Jesús, nos resucitará tam­bién con Jesús, y nos pondrá cerca de él junto a ustedes.

4,16     Finalmente, todo lo que nos ocurre es para bien de ustedes, para que la gracia les llegue más abundante y crezcan, y sean más numerosos los que den gracias para gloria de Dios.

 

Esperamos nuestra casa del cielo

 

4,17     +

Nuestro exterior... nuestro hombre interior (16). Con estos dos términos, Pablo vuelve a decir lo que ya expresó en Rom 8,10-11. Allí oponía la carne y el espíritu, como aquí el exterior y lo interior, para describa la situación del cristia­no que ya experimenta una resurrección de toda su perso­na y está en marcha hacia otra resurrección, la de los muer­tos, a pesar de que debe pasar por la muerte.

Morimos porque la muerte está inscrita en nosotros des­de el comienzo de nuestra vida, por ser miembros de la hu­manidad pecadora Muerte que se advierte en nuestro cuer­po en especial (la carne, o el exterior). Pero el hombre inte­rior (o el espíritu) sigue en un camino de constante resurrec­ción, haciéndose más trasparente a las fuerzas divinas.

Algún día, después de las enfermedades, la ancianidad y la separación de todos aquellos que murieron antes que no­sotros, también tendremos, que morir y dejar eso de noso­tros que es lo más exterior y que no puede entrar en la vida resucitada

¿Por qué no nos ponen esta casa del cielo por encima de la otra? Desearíamos recibir el nuevo vestido por encima del otro, es decir, resucitar sin antes tener que morir la muerte no es una cosa normal para un hijo de Dios.

Es cartas anteriores Pablo confiaba estar todavía vivo para presenciar la venida de Cristo y la Resurrección (1 Tes 4,15). Pero, con el correr del tiempo, empieza a dudar: a lo mejor Cristo volverá después que él y sus oyentes hayan tenido que morir. Y por mucho que anhelemos el edificio celestial, o sea, el cuerpo glorioso que Dios nos reserva, estamos bien apegados a la tienda de campaña, que es el cuerpo presen­te, por incómoda y provisoria que sea

Comparar 5,8 con Fil 1,23 y Ap 14,13.

Nos sentirnos seguros (6). El hecho de que uno sea cre­yente no le quita necesariamente el miedo natural a la muer­te. Pero ese miedo apaga solamente por momentos una se­guridad que se hace cada vez más fuerte: hemos entrado a la vida El Espíritu nos comunica la certeza de la presencia de Dios en nosotros y entendemos que ésa es cosa contra la cual ninguna ley de muerte tiene poder. ¿Quién nos apar­tará de esta comunicación del amor de Dios? (Rom 8,35-39).

 

4,18     Por eso no nos desanimamos. Al con­trario, mientras nuestro exterior se va des­trayendo, nuestro hombre interior se va re­novando día a día.

4,19     La prueba ligera y que pronto pasa, nos prepara para la eternidad una riqueza de gloria tan grande que no se puede comparar.

4,20     Nosotros, pues, no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo invisible, ya que las cosas visibles duran un momen­to y las invisibles son para siempre.

 

5,1        Sabemos que, al destruirse la casa terrenal o, mejor dicho; nuestra tien­da de campaña, Dios nos tiene reservado un edificio no levantado por mano de hom­bre, una casa para siempre en los cielos.

5,2        Eso mismo nos mantiene inquietos: an­helamos el día en que nos pondrán esta casa celestial por encima de la actual,

5,3        pero ¿quién sabe si todavía vestiremos este cuerpo mortal, o si ya estaremos sin él?

5,4        Sí, mientras estamos en la tienda de campaña, gemimos por nuestra dura suer­te; pues no quisiéramos que se nos quitara este vestido; nos gustaría más ponemos el otro encima y que el cuerpo mortal fuera absorbido por la vida verdadera.

5,5        Esta es a la que Dios nos destinó, y nos dio el Espí­ritu como un anticipo de lo que hemos de recibir.

5,6        Así, pues, nos sentimos seguros en cualquier circunstancia. Sabemos que, mientras vivamos en el cuerpo, estamos aún fuera de casa, o sea, lejos del Señor;

5,7        pues caminamos por fe, sin ver todavía.

5,8        Pero nos sentimos seguros y nos gustaría más salir de ese cuerpo para ir a vivir junto al Señor.

5,9        Por eso, sea que guardemos esta casa o la perdamos, lo único que nos im­porta es agradar al Señor.

5,10     Pues todos he­mos de comparecer a descubierto ante el tribunal de Cristo, para recibir cada cual lo que mereció en la presente vida por sus obras buenas o malas.

 

Somos mensajeros de la reconciliación

 

5,11     +

Hay muchas maneras de comprender la fe; a cada uno de nosotros le impacta más tal o cual aspecto de la vida cris­tiana Lo que es Pablo, ve en Cristo el gran mensajero y ar­tesano de la reconciliación.

Su primera certeza es que, con la muerte de Cristo, tiempos nuevos han empezado para la humanidad dividida. Si él murió por todos, todos entonces han muerto: o sea, que toda la historia y la sabiduría de los hombres anteriores a él han sido superadas y Dios ahora actúa entre nosotros con otros medios.

No miramos a nadie con criterios humanos (v. 16). La fe cristiana no es solamente una mirada nueva hacia Dios. También contiene el proyecto de una sociedad y una con­vivencia nueva; es una voluntad de dedicarse por todos los medios a reconciliar a los hombres. Actualmente, muchos cristianos participan en política con otros que no compar­ten su fe. Se sienten tranquilizados cuando sus compañeros no atacan su fe, pero ¿será eso suficiente? Deben ser capa­ces de confrontar el proyecto cristiana respecto del' hombre y la reconciliación, con el proyecto de su partido.

E1 que está en Cristo es una criatura nueva (v.17). Prime­ro, porque las barreras que dividen los hombres y los clasi­fican ya no erásten para él: ver Gál 3,28 y Ef 2,14-16. Lue­go, porque se deja guiar ya no por los deseos humanos, sino por el Espíritu de Dios: Gál 5,13-21.

En Cristo, Dios reconciliaba al mundo con él (v.19). A muchos les gusta decir. Jesús en amor. Es verdad, pero no olvidemos que este amor es su respuesta al amor del Padre que nos quiere reconciliar, debemos acabar con la idea de un Dios enojado al que Cristo trata de apaciguar (Rom 3,25).

A mí me entregaba el mensaje de la reconciliación (v.19). La misión del cristiano no es primeramente de cantar las ala­banzas del Señor, ni de ser persona de vida tranquila, sino de tomar parte activa en la obra de reconciliación universal, la cual supone tanto denunciar las injusticias y pecados, como tratar de superados en forma colectiva, mediante el espíritu de valentía, amor y sacrificio. La Iglesia de hoy nos dice bastantes cosas al respecto, para que entendamos esta misión, que es la nuestra, en el presente siglo y en los con­flictos y tensiones que desgarran nuestros países.

Nos presentamos como mensajeros de Cristo. Esto no vale solamente para los apóstoles y Pablo. Vale también para nosotros cuando vamos a visitar al enfermo o al necesitado; cuando vamos donde el hermano, superando los recelos, para crear espíritu de confianza, para que, de a poco, se lo­gre una convivencia fratemal entre hombres que llevan los mismos problemas, pero, a pesar de eso, muchas veces quedan encerrados cada uno en su egoísmo.

A Cristo, que no cometió pecado... (v. 21). Pablo recuerda el misterio de la cruz la reconciliación no se hace sin víctimas voluntarias que saben tomar sobre sí el odio y los pe­cados de los hombres.

Si antes lo conocimos personalmente (v.16). (Pablo dice: si lo conocimos según la carne, o sea, tal como fue huma­namente.) Con esto se refiere a algunos adversarios que se creían superiores a él por haber sido conocidos o parientes de Jesús. Y les dice: debemos mirado de otra manera (o sea, ustedes deberían miraflo de otra manera). Ya no im­porta haber sido pariente de Jesús, sino creer en él a raíz de su resurrección y reconocerlo coma el Hijo de Dios.

 

5,12     Por eso, sabiendo lo que es temer al Señor, procuramos convencer a los hom­bres y vivimos sinceramente ante Dios; y confío que también ustedes nos reconocen en su conciencia por lo que somos.

5,13     No queremos recomendarnos otra vez ante us­tedes, pero sí darles un motivo para sentir­se orgullosos de nosotros y para que sepan responder a esa gente que hace caso de las apariencias y no de lo interior.

5,14     Si se nos pasó la mano, que sólo Dios escuche; si ha­blamos con sensatez, tómenlo para us­tedes.

5,15     El amor de Cristo nos urge al darnos cuenta de que si él murió por todos; todos entonces han muerto.

5,16     El murió por todos, a fin de que los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para él, que por ellos murió y resucitó.

5,17     De suerte que nosotros desde ahora no mira­mos a nadie con criterios humanos; inclu­so a Cristo, si antes lo conocimos personal­mente, debemos mirarlo ahora de otra manera.

5,18     Por esa misma razón, el que está en Cristo es una criatura nueva. Para él lo an­tiguo ha pasado; un mundo nuevo ha lle­gado.

5,19     Todo eso es la obra de Dios, que nos reconcilió con El en Cristo, y que a mí me encargó la obra de la reconciliación.

5,20     Pues, en Cristo, Dios reconciliaba al mundo con él; a los hombres ya no les to­maba en cuenta sus pecados, ya mí me en­tregaba el mensaje de la reconciliación.

5,21     Nos presentamos, pues, como mensa­jeros de parte de Cristo, como si Dios mismo les rogara por nuestra boca. ¡Déjense reconciliar con Dios!: se lo pedimos en nombre de Cristo.

5,22     El no cometió peca­do, pero Dios quiso que cargara con nues­tro pecado para que nosotros, en él, parti­cipáramos de la santidad de Dios.

 

6,1        Como somos los ayudantes de Dios; les suplicamos que no hagan inútil la gracia de Dios, que han recibido.

6,2        Dice la Escritura: «En el momento fijado te escuché, en el día de la salvación te ayudé.» Este es el momento favorable, éste es el día de salvación.

 

Las pruebas de un apóstol

 

6,3        +

Lo distintivo del apóstol de Cristo es el contraste entre las riquezas que lleva en su alma apasionada y los modes­tos recursos de que dispone. De ahí que es signo de'con­tradicción entre la gente. Pablo, al decir lo que debe aguan­tar, no calla su orgullo y su certeza: enriquecemos a mu­chos y todo lo poseemos.

El llamado elocuente que empieza en los versiculos 11-13 sigue en 72-16. Allí está comentado.

 

6,4        Nos preocupamos en toda circunstan­cia por no dar a otros ninguna ocasión de tropiezo ni de criticar nuestra misión.

6,5        Al contrario, en todo demostramos ser autén­ticos ministros de Dios: somos muy perse­verantes; soportamos persecuciones, nece­sidades, angustias;

6,6        azotes, cárcel, moti­ries, fatigas; noches sin dormir y días sin comer.

6,7        En nosotros, la gente puede ver pureza de vida, conocimiento, paciencia y bondad, actuación del Espíritu Santo y amor since­ro.

6,8        En nosotros está la verdad y la fuerza de Dios. Luchamos con las armas de la jus­ticia, tanto para atacar como para defen­demos.

6,9        Unas veces nos honran y otras nos in­sultan; recibimos tantas críticas como ala­banzas. Pasamos por mentirosos, aunque decimos la verdad;

6,10     por desconocidos, aunque nos conocen; nos dan por muertos y vivimos; se suceden los castigos y toda­vía no hemos sido ajusticiados.

6,11     Nos creen afligidos, y permanecemos alegres; tenemos apariencia de pobres, y enriquece­mos a muchos; pareciera que no tenemos nada y todo lo poseemos.

6,12     ¡Oh, corintios!, les hablo con franque­za: mi corazón les está abierto.

6,13     En mí no falta el lugar para acogerlos, pero ustedes, en cambio, tienen el corazón estrecho.

6,14     Páguennos con la misma medida. Les hablo como a hijos: también ustedes en­sanchen su corazón.

 

Ningún compromiso con el mal

 

6,15     +

Este trozo interrumpe la hilación del discurso. La con­tinuación de 6,13 esta en 7,2. ¿Qué significa esta repentina invitación a no mezclarse con los malos?

En la «primera» carta a los corintios (1 Cor 5,9) Pablo re­cordó un recado anterior en que los invitaba a no mezclarse con quienes se portan mal. Muy posiblemente el presente trozo, colocado aquí por no sabemos quién, viene de dicho recado. Y Pablo mismo nos aclara la manera de entender las presentes líneas cuando dice en 1 Cor 5,10: «No les dije que se apartaran de los pecadores de este mundo (de ser así, tendrían que salir de este mundo), sino de los herma­nos que volvieron a sus costumbres paganas».

 

6,16     No pacten alianzas desiguales con aquellos que no creen: ¿Podría unirse la jus­ticia con la maldad? ¿O podría convivir la Luz con las tinieblas

6,17     y haber armonía en­tre Cristo y Satanás? ¿Qué unión puede ha­ber entre el que cree y el que ya no cree?

6,18     El Templo de Dios no tiene que ver con los ídolos, y nosotros somos el Templo de Dios vivo. Ya lo dijo la Escritura: «Habitaré y viviré en medio de ellos, seré su Dios y ellos serán mi pueblo.»

6,19     Por eso: «Salgan de en medio de ellos y apártense, dice el Señor. No toquen nada impuro y yo los veré con agrado.

6,20     Yo seré un padre para ustedes, que pasarán a ser mis hijos e hijas, dice el Señor Todo­poderoso.»

 

7,1        Ya que tenemos tales promesas, queridos, purifiquémonos de toda mancha de cuerpo y de espíritu, haciendo realidad la obra de nuestra santificación en el temor de Dios.

 

Háganme un lugar en su corazón

 

7,2        +

Háganme un lugar en su corazón. Esta página nos dice mucho de la afectividad de Pablo. Este misionero infatiga­ble, nunca vencido ni desanimado, tenía, sin embargo, un corazón muy sensible y sentía profundamente cualquier trai­ción u ofensa. Al entregarse totalmente por sus fieles, anhe­la encontrar comprensión y que correspondan a su cariño.

Aquí Pablo recuerda el incidente del que se habló en la Introducción. Los corintios, gracias a la carta de Pablo, que debió ser dura, se convirtieron, se adhirieron a Pablo y se in­dignaron contras sus ofensores.

 

7,3        Háganme un lugar en su corazón. A nadie hemos perjudicado; a nadie hemos arruinado; a nadie hemos estafado.

7,4        No lo digo para condenarlos: ya les dije que los llevamos en nuestro corazón, para vivir uni­dos y morir juntos.

7,5        Les tengo gran con­fianza y estoy realmente orgulloso de uste­des. Me siento muy animado y reboso de alegría en todas estas amarguras.

7,6        Sepan que, al llegar a Macedonia, no tuve ningún descanso, sino toda clase de dificultades: ataques de fuera y temores por dentro.

7,7        Pero Dios, que consuela a los hu­mildes, me confortó con la llegada de Tito.

7,8        No solamente porque estuvo a mi lado, sino también porque ustedes le habían re­servado una acogida muy buena. Ustedes me tenían profundo cariño, sentían lo ocurrido, se inquietaban por mí: es lo que me dijo, con lo cual me alegré mucho.

7,9        Si les causé tristeza con mi carta, no lo siento; y si antes lo podía sentir, pues esa carta por un momento les causó tristeza,

7,10     ahora me alegro, no de sus tristezas, sino de que su tristeza los haya llevado al arre­pentimiento. Esta tristeza provenía de Dios, de manera que ningún mal les vino por causa nuestra.

7,11     La tristeza que viene de Dios lleva al arrepentimiento y, por él, a una salvación que borra toda amargura. Al revés, la tris­teza de este, mundo trae la muerte.

7,12     Miren lo que ha producido en ustedes esta triste­za según Dios; ¡qué preocupación por mí!, ¡qué disculpas!, ¡qué indignación, temor, y deseo de verme, desagraviarme y hacerme justicia!

Ustedes demostraron con su actitud que eran inocentes en ese asunto.

7,13     Y, en rea­lidad, yo no les escribí a causa del ofensor ni tampoco por el ofendido; más bien para que ustedes tomaran conciencia ante Dios de la preocupación que tienen por mí.

7,14     Por eso, me sentí confortado.

Pero, además de este consuelo mío, me alegré mucho al ver a Tito tan contento de la manera como lo recibieron y lo tranqui­lizaron.

7,15     Después de todo, no quedé de­fraudado de lo bien que le había hablado dé ustedes. Saben que siempre digo lo que es, y también en esta oportunidad se veri­ficó el elogio que hice de ustedes delante de Tito.

7,16     El ahora siente mucho más ca­riño por ustedes al acordarse de la obedien­cia de todos y del respeto lleno de humil­dad con que lo recibieron.

7,17     Me alegro, pues, de poder confiar en ustedes, ocurra lo que ocurra.

 

La colecta para los de Jerusalén

 

8,1        +

En el curso del año 48 hubo hambre en Judea y Je­rusalén (He 11,28) debido a la mala cosecha del año pre­cedente, año sabático (en el cual los judíos no sembraban para descanso de la tierra.) Para remediar esta situación de penuria, se organizó una ayuda económica en favor de los cristianos de Jerusalén. Después, cuando se celebró el «pri­mer concilio» en Jerusalén; en el año 49-50, Pablo prome­tió tener en cuenta a los hermanos de Jerusalén en las mi­siones entre los paganos (Gál 2,10). Aquí exhorta a las Igle­sias de Corinto y de su provincia que lleven a efecto esta co­lecta que habían decidido hacer.

En estos capítulos, Pablo no usa la palabra colecta. Habla más bien de la largueza y magnificiencia en dar generosa­mente; de servicio, obra sagrada. Es una gracia más bien para quien da que para quien recibe.

Pablo tiene mucho cuidado de que la colecta, por tratar­se de sumas importantes, se haga en la debida forma. Debe ser administrada y controlada por hombres que tienen la confianza de la comunidad.

 

8,2        Ahora les doy a conocer una gra­cia de Dios con que fueron favoreci­das las Iglesias de Macedonia.

8,3        Al ser tan probadas y perseguidas, su gozo y su extrema pobreza se han convertido en rique­zas de generosidad.

8,4        Según sus medios y, lo puedo decir, por encima de sus medios, quisieron participar en la ayuda a los santos.

8,5        Espontáneamente, y con mucha insis­tencia, nos pidieron este favor y, superando nuestras esperanzas,

8,6        se pusieron ellos mismos a disposición del Señor y de noso­tros por voluntad de Dios.

8,7        A consecuen­cia de esto, rogué a Tito, ya que comenzó con ustedes, que llevara también a cabo en­tre ustedes esta obra de caridad.

8,8        Ustedes sobresalen en todo: en dones de fe, de palabra y de conocimiento, en en­tusiasmo, además de que son los primeros en mi corazón. Traten, pues, de sobresalir en esta obra de generosidad.

8,9        No es una orden; les doy a conocer el empeño de otros para que demuestren la sinceridad de su amor fratemo.

8,10     Bien co­nocen la generosidad de Cristo Jesús, nuestro Señor. Por ustedes se hizo pobre, siendo rico, para hacerlos ricos con su pobreza.

8,11     Les doy un consejo. Les conviene ac­tuar, ya que fueron los primeros no sola­mente en cooperar, sino que el mismo pro­yecto vino de ustedes, hace un año.

8,12     Ter­minen, pues, esta obra y cumplan según sus medios lo que decidieron con tanto en­tusiasmo.

8,13     Cuando existe el buen propó­sito, con lo que tenga uno es bien recibido y no se le pide lo que no tiene.

8,14     No se tra­ta de que otros tengan comodidad y uste­des sufran escasez. Busquen la igualdad;

8,15     al presente, ustedes darán de su abun­dancia lo que a ellos les falta, y algún día ellos tendrán en abundancia para que a us­tedes nos les falte.

8,16     Así se encontrarán iguales y se verificará lo que dice la Escri­tura: Al que tenía mucho, no le sobraba; al que tenía poco, no le faltaba.

8,17     Bendito sea Dios, que inspira a Tito el mismo interés por ustedes.

8,18     Si bien escu­cho mi ruego, tenía tanto interés por ir a verlos que, en realidad, es como si fuera es­pontáneamente.

8,19     Con él envié a ese her­mano que se ganó el aprecio de todas las Iglesias en la labor del Evangelio;

8,20     ade­más es el que designaron para acompañar­nos en esta obra bendita que organizamos para gloria del Señor como también por en­tusiasmo personal.

8,21     Así lo dispusimos, no sea que alguno venga a sospechar de nosotros por esta suma importante que está a nuestro cargo.

8,22     Pues procuramos que todo aparezca lím­pio, no solamente ante Dios, sino también ante los hombres.

8,23     Enviamos también con ellos a otro hermano que nos dio en muchas ocasiones numerosas pruebas de su celo y ahora se siente más entusiasta por­su confianza en ustedes.

8,24     Aquí tienen, pues, a Tito, nuestro com­pañero y ayudante, para servirlos; y con él tienen a hermanos nuestros, delegados de las Iglesias, hombres que son la gloria de Cristo.

8,25     Demuéstrenles cómo aman a sus hermanos, y confirmen delante de las Igle­sias todo él bien que les dije respecto a ustedes.

 

Otra página referente a la colecta

 

9,1        +

Aquí Pablo habla nuevamente de la colecta como si no lo hubiera hecho en el capitulo anterior. Varios piensan que al mismo tiempo que escribía a los corintios para invi­tades a dar (cap. 8), escribió otro recado dirigido a las Igle­sias de Acaya, que era la provincia de Corinto: éste muy po­siblemente fue colocado más tarde en este lugar, a conti­nuación de la carta, por tratarse del mismo tema (cap. 9).

En 8,18, Pablo se refiere posiblemente a Lucas: ¿tendría escrito su Evangelio ya en esos años 55-56?

 

9,2        Respecto de la ayuda a los santos, no es necesario que se la recomien­de,

9,3        pues conozco el entusiasmo de uste­des, que me permitió elogiarlos ante los macedonios. Les dije: «En Acaya están dis­puestos para la colecta desde el año pasa­do.» Y el entusiasmo de ustedes fue un es­tímulo para la mayoría de ellos.

9,4        Ahora pues, les envío a estos hermanos nuestros, ¡ojalá que todo lo bueno que he hablado de ustedes no quede desmentido en este asunto! Como les digo, estén listos,

9,5        no sea que al llegar conmigo los de Macedonia, los encuentren desprevenidos: ¡qué vergüenza sería para mí, por no decir para ustedes, después de tanta seguridad!

9,6        Por eso, me pareció necesario rogar a nuestros hermanos que se nos adelantaran y fueran a verlos para organizar esta obra bendita a la que ustedes se comprometie­ron. Así será cosa bien organizada y no se hablará de mezquindad sino de genero­sidad.

9,7        Además fíjense: quien siembra con mezquindad, con mezquindad cosechará, y quien hace siembras generosas, generosas cosechas tendrá.

9,8        Cada uno dé según lo decidió personalmente, y no de mala gana o a la fuerza; pues Dios ama al que da con alegría.

9,9        Y también poderoso es Dios para colmarlos de toda clase de beneficios, para que nunca les falte nada, y puedan con lo que les sobra cooperar en cualquier obra buena.

9,10     La Escritura dice: Distribuyó, dio a los pobres, sus obras buenas permanecen para siempre.

9,11     Dios, que proporciona la semi­lla al que siembra, le proporcionará también el pan para alimentarlo; a ustedes les mul­tiplicará la semilla y también hará crecer los frutos de sus obras buenas.

9,12     Siendo ricos de todo, estén listos para dar abundante­mente, y nosotros lo transformaremos en acciones de gracias a Dios.

9,13     Pues este servicio de carácter sagrado, no solamente proporciona a los santos lo que necesitan, sino que de él resultarán las incontables acciones de gracias que ellos darán a Dios.

9,14     Este servicio será para ellos una señal: darán gracias a Dios porque us­teds obedecen las exigencias del Evange­lio de Cristo y comparten generosamente con ellos y con todos.

9,15     Rogarán a Dios por ustedes y les tendrán cariño por la ma­ravillosa gracia que derramó sobre ustedes.

9,16     Sí, ¡gracias a Dios por su don, que na­die sabría expresar!

 

Pablo se defiende y amenaza

 

10,1     +

Estos capítulos 10-13, cuya violencia no se compagi­na con la reconciliación expresada anteriormente, provienen muy posiblemente de la carta que Pablo había enviado pre­cedentemente, después del incidente en que vanos, en la co­munidad de Corinto, se rebelaron contra él.

Quienes no aceptan la autoridad de Pablo dicen: Sus car­tas son duras, pero, cuando está, es un hombre sin presen­cia y un pobre orador (10,10). Nada más sugiere el Nuevo Testamento acerca de su aspecto físico.

Pero el cargo de sus enemigos de que era de poca per­sonalidad, ciertamente no tiene base, cuando se piensa que este hombre inquietaba ciudad tras ciudad.

No me obliguen a actuar con intrepidez (10,2). Pablo rei­vindica su derecho y autoridad de apóstol. Si los corintios no se convencen de que fue enviado directamente por Cris­to, reconozcan por lo menos que de él les vino la fe y la co­murtcación del Espíritu Santo.

Pablo habla de su poder y de sus annas eh forma ame­nazante. Seguramente, la «fuera que destruye las fortale­zas» es la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es la que hizo nacer las comunidades cristianas y la que les da el poder de mantenerse unidas y vivas frente a las oposiciones. El Evangelio es «Fuerza de Dios» y, cuando es proclamado atrevidamente, se derrumban las fuerzas que se le oponían.

Pero en el caso presente, se trata también de los poderes espirituales del apóstol Pablo. Fácilmente pensamos en la convicción de Pablo, la fuerza de su palabra, la conciencia de su misión que impresionaba a los corintios. También es propio de los apóstoles y profetas amenazar a veces, de par­te de Dios, y que éste intervenga en forma patente para dar­les la razón. Se puede recordar el caso de Ananías y Safra frente a Pedro (Hechos 5).

Comparándose con sus adversarios y competidores, Pa­blo subraya su autoridad de apóstol

- Llamado por Cristo.

- Fundador de la comunidad.

- Acreditado por todo lo que sufrió por Cristo.

- Acreditado por dones espirituales, de los cuales algu­nos se manifestaron entre los mismos corintios.

- Aunque no lo dice, está en comunión con los demás apóstoles y Pedro (ver Gál 2,9).

En cuanto al primer punto, Pablo recuerda en todas sus cartas que uno no se hace apóstol: tiene que haber sido en­viado por la Iglesia. Hoy, frente a la multitud de sectas e iglesias opuestas en Latinoamérica, cabe preguntar quién dio misión a sus apóstoles.

 

 

10,2     Soy yo mismo, Pablo, quien les suplica por la mansedumbre y bondad de Cristo.

10,3     ¡Les suplica ese Pablo tan humilde entre ustedes y tan intrépido cuando está lejos! No me obliguen, una vez que llegue, a actuar con intrepidez, como estoy decidido y como me atreveré a ha­cerlo respecto de algunos, que creen que yo persigo intereses humanos.

10,4     Humanos son mis pasos, pero no la causa que de­fiendo.

10,5     Y tampoco mis armas son las hu­manas, pero, gracias a Dios, son poderosas para destruir las fortalezas.

10,6     Destruimos los argumentos y cualquier actitud altanera contraria al conocimiento de Dios; sojuzga­mos todo pensamiento para que se some­ta a Cristo;

10,7     y ahora, estamos dispuestos a castigar cualquier desobediencia, una vez que hayan demostrado una obediencia per­fecta.

10,8     Miren las cosas cara a cara. Si alguien está convencido de que pertenece a Cristo, piense lo siguiente: tal como él es de Cris­to, así también lo soy yo.

10,9     Y aunque parez­ca demasiado seguro del poder que el Se­ñor me dio para edificarlos, y no para des­truirlos, no me avergonzaré de haberlo di­cho.

10,10 No piensen que los quiero asustar con puras cartas.

10,11 «Las cartas son duras y fuertes, dicen algunos, pero cuando está, es un hombre de presencia insignificante y un pobre orador.»

10,12 A ésos les declaro: ¡Cuidado!, lo que dicen mis cartas, de lejos, lo haré de hecho si voy.

10,13 ¿Cómo me atrevería yo a igualarme o a compararme con esa gente que procla­ma sus propios méritos? ¡Qué tontos!, se miden con su propia medida comparando­se a sí mismos.

10,14 Al alabarme no pasaré e la medida; porque no saldré de los límites que me fijó el Dios de la medida: El mismo dio la pauta al hacerme llegar a ustedes.

10,15 No nos extendimos hasta ustedes sin derecho, como si no hubiéramos sido los primeros en llegar; somos nosotros los que les llevamos el Evangelio de Cristo.

10,16 Yo no me hago el importante donde otros han trabajado. Al contrario, esperamos que mientras más crezca la fe de ustedes, ma­yor será nuestro lugar entre ustedes, sin sa­lir de nuestros límites.

10,17 Y llevaremos el Evangelio, más allá de ustedes sin entrar en el campo de otros ni presentamos muy creídos donde el trabajo ya está hecho.

10,18 El que se gloríe, gloríese en el Señor.

10,19 Pues no queda probado el que se alaba a sí mismo sino aquel a quien alaba el Señor.

 

11,1    ¡Ojalá me aguantaran ustedes unas pocas tonterías! Pero ya están dispuestos.

11,2     Fíjense que estoy celoso de ustedes, y son celos de Dios, pues los he comprometido con Cristo, el único esposo, pensando Al presentárselos como una virgen pura.

11,3     Y ése es mi temor: la serpiente que sedujo a Eva con astucia podría también pervertirles la mente para que dejen de ser sinceros con Cristo.

11,4     Cualquiera puede llegar predicando a otro Jesús, no como se lo predicamos, y comunicarles un espíritu diferente del que recibieron, con un evangelio diferente del que han aceptado. ¡Y lo soportan!

11,5     Con todo, no creo ser en nada inferior a esos super-apóstoles.

11,6     ¿Mi oratoria deja mucho que desear? De acuerdo; pero no mi conocimiento, como se lo he probado, de mil maneras y en cualquier asunto.

11,7     +

Pablo cree necesario recordar que no se hizo mante­ner por la comunidad. Sin embargo, Cristo había dicho : «Digno es el obrero de su salario». Pablo, en algunas oca­siones, ha seguido esta sentencia de Cristo, otras veces ha trabajado manualmente para no ser gravoso a las comuni­dades. En Corinto trabajó como tejedor de tiendas. Ver, al respecto Lc 10,6 1 Cor 9,14 y 1 Tim 5,17.

 

11,8     Mi pecado, ¿no sería de haberme re­bajado para que ustedes se elevaran, o de entregarles el mensaje del Evangelio sin cobrar nada?

11,9     A otras Iglesias despojé, reci­biendo de ellas el sustento para servirlos a ustedes.

11,10 Cuando estuve entre ustedes y tuve ne­cesidad, no quise ser carga para ninguna; son hermanos venidos de Macedonia los s que me dieron lo necesario. Me cuidé de no ser en nada una carga para ustedes, y seguiré actuando de esa forma.

11,11 Por la verdad de Cristo que está en mí, les digo: este mérito nadie me lo quitará en tierra de Acaya.

11,12 ¿Porqué? ¿Acaso porque no los amo? ¡Dios lo sabe bien!

11,13 Pero así lo hago y lo seguiré haciendo, para quitar toda posibili­dad a los que buscan el medio de compe­tir conmigo y pasar por iguales a mí.

11,14 En realidad, son falsos apóstoles, engañadores disfrazados de apóstoles de Cristo.

11,15 y esto no es maravilla, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz.

11,16 No es mucho, pues, que sus servidores se disfracen de servidores de la salvación; pero su fin será conforme a sus obras.

 

Pablo elogia al apóstol Pablo

 

11,17 Otra vez les repito: no me tomen por un loco; y si me toman por tal, soporten en­tonces que yo cante un poco mis propias alabanzas.

11,18 No hablaré el lenguaje de Cristo, sino el de la locura, haciendo resal­tar mis propios méritos.

11,19 Puesto que tan­ta gente se gloría por motivos humanos, yo también me gloriaré.

11,20 Pero ustedes que son tan inteligentes, aguantan bastante bien a los locos.

11,21 Les gusta ser esclavizados y explotados, robados, tratados con despre­cio y abofeteados en la cara.

11,22 ¡Qué ver­güenza para mí, que me mostré tan débil con ustedes! Pero a lo que otros se atreven, yo tam­bién me atreveré, aunque sea hablar como loco.

11,23 ¿Son hebreos? Yo también. ¿Son is­raelitas? Yo también. ¿Son descendientes de Abraham? Yo también. ¿Son ministros de Cristo?

11,24 Empiezo a hablar como un loco: yo lo soy más que ellos. Más que ellos por mis numerosas fatigas. Más que ellos por el tiempo pasado en cár­cel. Por los golpes recibidos, sin ninguna comparación; ¡cuántas veces me encontré en peligro de muerte!

11,25 Cinco veces los ju­díos me condenaron a los treinta y nueve azotes.

11,26 Tres veces me apalearon, una vez fui apedreado. Tres veces naufragué, una vez pasé un día y una noche en alta mar.

11,27 Tuve que viajar no sé cuántas veces con peligros en los ríos, con peligros de bandidos, peligros de parte de mis compa­triotas, peligros de parte de los paganos, pe­ligros en la ciudad, peligros en lugares des­poblados, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos.

11,28 Trabajos y fatigas, con noches sin dormir, con hambre y sed, en frecuentes ayunos, con frío y sin abrigo.

11,29 Además de estas y otras cosas, pesa sobre mí la preocupación por todas las Igle­sias.

11,30 ¿Quién vacila que yo no vacile con él? ¿Quién tropieza sin que un fuego me devore?

11,31 Si es necesario alabarse, proclamaré las ocasiones en las cuales me sentí débil.

11,32 El Dios y Padre de Jesús el Señor, ¡ben­dito sea por todos los siglos!, sabe que no miento.

11,33 En Damasco el gobernador del rey Aretas hizo vigilar la ciudad con inten­ción de apresarme,

11,34 y tuve que ser des­colgado por una ventana muralla abajo, metido en un canasto. Así escapé de sus manos.

 

Las gracias extraordinarias que recibió Pablo

 

12,1     +

A continuación, Pablo recuerda los favores excepcio­nales que recibió de Dios, Hace catorce años, es decir, como en el año 42, estando Pablo en Cilicia o en Antioquía, antes de su primera misión (He 11,25). Pablo, como los grandes profetas, apóstoles y santos, ha encontrado a Dios en forma personal, inmediata, no una, sino que varias veces. De ahí salió hecho persona nueva y, si bien quedó hombre entre los hombres, nadie ya pudo penetrar sus motivaciones pro­fundas ni medir la magnitud de su amor.

 

12,2     De nada sirve alabarse; pero si hay que hacerlo, llegaré a las visio­nes y revelaciones del Señor.

12,3     De cierto creyente sé esto: hace cator­ce años fue arrebatado hasta el tercer cie­lo. Si fue con el cuerpo o fuera del cuerpo, eso no lo sé, lo sabe Dios.

12,4     Y yo sé que ese hombre, sea con cuerpo o fuera del cuer­po, no lo sé, lo sabe Dios,

12,5     fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras que no se pueden decir: son cosas que el hombre no sabría expresar.

12,6     A ese hombre sí que puedo alabarlo, pero a mí no me alabaré sino por mis de­bilidades.

12,7     Si quisiera gloriarme, no sería locura, pues diría la verdad. Pero mejor me abstengo para que nadie se forme de mí una idea superior a lo que ve en mí u oye decir de mí.

12,8     Y precisamente para que no me pusie­ra orgulloso después de tan extraordinarias revelaciones, me fue clavado en la carne un aguijón, verdadero delegado de Satanás, para que me abofeteara.

12,9     Tres veces rogué al Señor que lo alejara de mí,

12,10 pero me res­pondió: «Te basta mi gracia; mi mayor fuer­za se manifiesta en la debilidad».

Con todo gusto, pues, me alabaré de mis debilidades para que me cubra la fuerza de Cristo.

12,11 Por eso me alegro cuando me to­can enfermedades, humillaciones, necesi­dades, persecuciones y angustias: ¡todo por Cristo! Cuando me siento débil, entonces soy fuerte.

12,12 Me he portado como un tonto porque ustedes me obligaron. Eran ustedes los que debían recomendarme; pues, aunque no soy nada, no me ganan en nada los supe­r-apóstoles.

12,13 En mí se verificaron todas las señales del verdadero apóstol: paciencia a toda prueba, señales, milagros y prodigios.

12,14 ¿En qué fueron tratados como inferiores a las demás iglesias?, solamente en que no les fui una carga: ¡perdónenme esta ofensa!

12,15 +

Esta página concluye la reafirmación de la autoridad de Pablo.

Constantemente llama a la experiencia: comprueben, exa­mínense, reconozcan. Cuando surgen dificultades en la mis­ma Iglesia, no basta valerse de argumentos. También hay que buscar el consejo del Espíritu Santo. Los conflictos no son cosas que solamente interesan a dos personas y se pue­den arreglar entre ellas dos: se tratan en la presencia de Cris­to: Pablo llama a una reflexión común frente ala palabra de Dios, a una reflexión a solas en presencia de Dios. Tanto él como sus opositores deben confiar en el otro y estar con­vencidos de que también el otro es capaz de buscar since­ramente la voluntad de Dios.

Nótese la bendición «trinitaria» en 13,14.

12,16 Ahora, por tercera vez me preparo para visitarlos, y tampoco les seré una car­ga, pues no me intereso por lo que tienen, sino por ustedes mismos; y no son los hí­jos los que deben juntar dinero para sus pa­dres, sino los padres para sus hijos.

12,17 Yo, de buena gana, gastaré lo que tengo y has­ta me entregare yo entero por todos uste­des. Si los amo más, ¿seré menos amado?

12,18 Bien; no fui una carga para ustedes, pero ¿no fue una maniobra para, engañar­los?

12,19 Díganme: ¿Les saqué dinero por in­termedio de alguno de mis enviados?

12,20 Rogué a Tito que fuera a verlos y con él envié a otro hermano. Pues bien, Tito ¿les sacó dinero? ¿No hemos actuado ambos con el mismo espíritu y seguimos los mis­mos pasos?

12,21 Les parecerá, tal vez, que nuevamente tratamos de justificarnos ante ustedes. Pero no: hablamos en Cristo y delante de Dios, y todo esto, amados, es por ustedes, para su provecho espiritual.

12,22 Temo que, si voy a verlos, no los encuentre como quisiera y que ustedes, a su vez, no me encuentren como desearían. Quizá haya rivalidades, en­vidias, rencores, disputas, calumnias, chis­mes, soberbia, desórdenes.

12,23 Quizá en mi próxima visita me humille mi Dios ante us­tedes y tenga que lamentarme por muchos de los que vivieron en el pecado, al com­probar que no han dejado todavía las im­purezas, la mala conducta y los vicios que practicaban antes.

 

13.1     Esta es la tercera vez que voy a verlos. «Cualquier asunto se decidi­rá por declaración de dos o tres testigos.»

13.2     Se lo dije y, ahora que estoy lejos se lo re­pito, igual que la segunda vez que estuve allá. Y les digo, tanto a los que vivieron en el pecado, como también a los demás: cuando vuelva a visitarlos, no tendré piedad.

13.3     Así podrán comprobar que Cristo es el que habla por mí: él no se muestra débil con ustedes; más bien actúa con poder.

13.4     Si bien fue crucificado por su debilidad, ahora vive de la fuerza de Dios; y lo mismo noso­tros, somos débiles como él, pero Dios, que manifiesta su poder entre ustedes, hará que nos encuentren con vida junto a Cristo.

13.5     Examínense: ¿están ustedes actuando de acuerdo con la fe? Pruébense ustedes mismos. ¿Pueden decir que Cristo Jesús está en ustedes? Si no, ustedes no son cris­tianos aprobados.

13.6     Ustedes reconocerán, supongo, que, por mi parte, soy aprobado.

13.7     Le pedimos a Dios que no hagan mal alguno, no para quedar bien nosotros, sino por ustedes, para que hagan el bien, aun si con esto quedamos mal nosotros.

13.8     Pues no tenemos poder alguno contra la verdad, sino a favor de ella,

13.9     y nos alegramos cada vez que nos sentimos débiles mientras us­tedes son fuertes. Y también rogamos que lleguen a la perfección.

13.10 Todo esto se lo digo de lejos para no tener que mostrarme duro entre ustedes, con la autoridad que el Señor me dio para edificar y no para destruir.

13.11 Finalmente, hermanos, estén alegres, trabajen para ser perfectos, anímense, ten­gan un mismo sentir y vivan en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con uste­des.

13.12 Salúdense los unos a los otros con un abrazo santo.

13.13 Les saludan todos los santos.

13.14 La gracia de Cristo Jesús el Señor, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes.

 

 

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